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COMO CONSTRUIR UN HOMBRE DE MENTIRA

Un día construí una mentira pequeña. Como una uña. Como una uña pequeña. Era una mentira para mí. Para tenerla de ventaja sobre el resto de aquello que me rodeaba. Y vi -como el Adán bíblico también un día vio en su ceguera- que la mentira no era demasiado mala. Cierto que la uña dejó de ser parte del resto de mis órganos, pero era una uña, una uña pequeña, y no me importaba mucho. Hace ya mucho tiempo que olvidé de que uña se trataba. Yo olvidé la uña y la uña dejó de dolerme y se olvidó –desde su primitiva genética- de mí.

Pasó el tiempo y construí una segunda mentira. Algo más grande. Como un brazo izquierdo. A fin de cuentas si yo era diestro tampoco iba a necesitarlo en exceso –pensé. Y me olvidé del brazo y el brazo se olvidó de mí. Y nadie reparó en que mi brazo izquierdo era de mentira porque lo utilizaba poco y, cuando lo hacía, el brazo izquierdo era un artilugio orgánico perfectamente organizado para actuar por su cuenta, indiferente a lo precario de su existencia.

El tiempo siguió pasando y mi cuerpo se acostumbró, de forma segura e inteligente, a actuar con una uña y un brazo izquierdo de mentira. Comprobé las ventajas de tales órganos mentirosos. Si me dolía una uña, nunca me dolía aquélla que era de mentira. Si me punzaba, de forma ominosa, un brazo, siempre era el brazo diestro. Y con aquello pensé –de forma segura e inteligente- que podía seguir construyendo alguna mentira algo más grande y orgánicamente más importante. Lo tomé como un experimento. Un experimento temporal y con derecho pues a regresión primaria. Así que me construí un corazón de mentira. Fue más complejo. El corazón, dicen, es un órgano vital e imprescindible y, más allá de sus funciones meramente biológicas, alberga -comentan- emociones y reacciones sin las que no es posible vivir. Como digo, como vengo diciendo, construir esta mentira me llevó más tiempo que las dos anteriores. No recuerdo exactamente cuando tiempo tardé en que todo mi corazón -ese reino de sístoles y diástoles- se convirtiera, de forma plena, en una mentira más. Pero lo conseguí. Y vi con una pueril mezcla de satisfacción y sorpresa que el corazón había dejado de dolerme y que, si alguna vez lo hacía, era un dolor de mentira y que, siendo de mentira, no albergaba en sí la carga siempre ingrata de un dolor verdadero. Sobra decir, que nadie se percató de que mi corazón era de mentira ya que éste seguía desempeñando con acierto su rutinario trabajo biológico a la vez que, aún siendo una mentira, acertaba con precisión en construir todos los sentimientos de mentira que albergaba.

Visto el acierto de tener una uña de mentira, un brazo de mentira y un corazón de mentira. Visto lo aliviador de no sentir dolores en ellos y que, cuando aparecían, eran dolores de mentira, me atreví con órganos superiores e inferiores, diestros y siniestros, hasta construir una persona casi íntegramente de mentira. Y utilizo el casi, porque de ese arduo trabajo libré, para dejarla con la plenitud de su certeza verdadera, a mi alma, ya que un alma de mentira me haría imposible saber si, cuando creaba un nuevo órgano de mentira, éste iba a serlo ciertamente o, por el contrario, podía aparecerme un órgano mentirosamente verdadero.

A tenor de mis experimentos y de estas actuaciones dirigidas de forma cierta por mi percepción, esto es, mi alma verdadera, conseguí aliviar de dolor todo mi ser, demostrando que, el alma sólo duele cuando duelen los órganos a los que domina de forma tiránica y, una vez éstos, siendo de mentira, le mienten en su dolor, el alma acude en pos de su defensa a aliviarse con dolores de mentira.

Siendo yo ya un hombre de mentira inicié el camino de construir mentiras tan grandes como personas e hice hijos de mentira, amantes de mentira, padres de mentira, sobrinos de mentira que, siendo todos de mentira, desprendían actos de mentira y que, siendo estos actos pues una mentira ya no podían causar dolor a mis órganos de mentira y que, si lo hacían –posibilidad que siempre sería mentira-, no llegaría nada más allá de ser la creación de una enorme mentira.

Y anduve mucho tiempo entre mentiras. De tal forma que, aún no siendo mi alma de mentira –salvada en su momento a conciencia de las mentiras-, se acostumbró a portarse como si tal fuese su naturaleza puesto que, acostumbrada a andar con miembros de mentira, órganos de mentiras y personas de mentira, la verdad le quedó únicamente como un concepto metafísico que, aún naciendo, en su primitiva naturaleza, de forma cierta, se confundía con la mentira. 

     Y puestos finalmente, en este proceso imaginativo y peculiar, a construir mentiras por el mero hecho de que me aliviaran de las mentiras, hice cielos de mentira, mares de mentira, arco iris de mentira y recuerdos de mentira; acordé realizar aventuras de mentira, amores de mentira y desengaños de mentira que, a su vez, eran plasmados en recuerdos de mentira que, aun pasando a mi mente como cosa verdadera –pues la mentira engañaba a la mentira- no dolían ni perjudicaban por ser la mentira cosa que poco perjudica.

Y hoy cuando escribo con mis dedos de mentira, sobre un teclado de mentira en un universo de mentira, mi mente, indudablemente verdadera, aún recuerda de que, si todo es mentira y llega como mentira, no me queda más destino que esperar, en mi lecho de mentira, a que algún día incierto y mentiroso llegue hasta mí la única mentira en la que creemos todos los hombres de mentira: una nueva vida –esperada y deseada- repleta de mentiras.

RUIDO, MUCHO RUIDO

Sí, lo decía Sabina -también lo cantaba-, hacemos mucho ruido... Nos gusta estropear el silencio, el divino vacío de las palabras que no se dicen. Hacemos ruido hasta para callarnos. Nos gusta que nuestra estupidez se escuche y, si se escucha alto, mucho mejor. Somos habitantes de un planeta que cruje harto de nuestras augustas sandeces. Hace ruido el reyezuelo que malversa, el clérigo que inquieta y el recaudador que arruina. Hace ruido la máquina que tala, el tren que bufa y la chimenea que exhala. Hacen ruido las monedas que se cuentan, el oro que se esconde y el diamante que sangra. Hacen ruido las oficinas, los supermercados y los dormitorios. Los vecinos, los parientes y los enemigos. Hace ruido la pluma del escritor y la lágrima de la plañidera. La caída de las hojas y el caminar lento del aire. Hacen ruidos los besos, las lenguas que se buscan, las caricias que caminan por las pieles ajenas... No sabemos callar a tiempo, dejar que sea la tierra la que narre nuestra propia existencia, permitir que la luz serene y la oscuridad enerve…

¡Tanto ruido para estar luego tanto tiempo en silencio!