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A VOSOTRAS





A vosotras, mis infieles mariposas. Infatigables maestras de la caricia inopinada. Dómines en el arte del dibujo por esta piel que sostengo como un pergamino agotado. Vosotras que habéis sido beso en el brocal del pozo y anochecer de estrellas en los zaguanes. Colaboradoras indispensables en el quehacer de mi camino, ora colocando rosas, ora aguzando las espinas. Vosotras, sueños deslucidos por pertenecer los besos al mundo de lo onírico. Irreales y mágicas. Reales y dolorosas. Enaguas quebradizas sobre los muslos morenos. Cinturillas y ojales indescifrables. Sedas y sábanas borrascosas. Vosotras epístolas interminables, manantiales de tinta y de saliva. Llantos implacables bajo la luz de la luna retorcida. Risas irisadas sobre un cielo temprano y llano.

A vosotras. Hoy dispersas por mi mente y por mi espacio. Os ruego que recojáis los trozos de mi piel que os llevasteis con el permiso del orate que nació de aquel perfume y que, poco a poco, recompongáis la estampa de aquél que fui y que ahora se ausenta, porque necesito transpirar de nuevo en esta soledad que pesa como cientos.

EL VÓMITO DEL DESTINO




Hoy, al despertar, me ha venido como en un vómito la sangre endurecida de Lorca y el dolor infatigable de Miguel –aquél que amara en Orihuela. La esterilidad de los campos yermos de Machado y el verso cansino –por estéril- de Neruda. Se me ha hecho la noche en un torbellino de estrellas asesinas y me he sentido frente al  pelotón que pisó –como hormigas- a los poetas que acabaron derrotados. No es distinta mi derrota. La conozco. La mastico como un tabaco que se escupe y que retorna. Es hedionda. Hacedora de un destino que me ha hecho estrechas todas las veredas y amarga el agua de todos los ríos y de todos los besos. La derrota que grita que me calle. La derrota a la que grito que, postrado en mi silencio, no dejaré de nombrarla con mi tinta y con mi llanto porque, sólo así, conseguiré ahuyentarla  –con la brevedad del tiempo- hasta los parajes donde fornican con el demontre los lobos malditos que devoran la sombra de mi estampa. 

LLEGARÁ LA RISA




Hoy te espero. En unas horas revoloteará por este espacio tu sonrisa de mariposa encantada. Se abrirá mi casa a tu perfume y, tu cuarto, dejará que descanses de nuevo sobre su pecho intermitente. Serán mías tus historias menudas, contadas de repente, como cuentos necesarios… Serán tus palabras las que vuelvan a colmar el diccionario de mis versos. Y reiré como sólo le río a la vida cuando distingo los globos irisados.

No quedarán bancos vacíos en los jardines que construyo, ni abuelos que descuentan la vida, ni árboles que se lamenten… Renacerá la ambrosia de ser todo nuevamente de colores y cada nube caerá despacio sobre el alma de los amantes.

Hoy te espero. Y contigo espero la vida en este rincón donde demasiadas veces se esconden entre sombras las palabras. Porque eres exacta destruyendo soledades.Porque eres cierta y hoy no quedan tormentas que engendren aguaceros.

EL POETA QUE SÓLO ESCRIBÍA A LOS ÁRBOLES




Vestía rancio. Como visten los poetas que no batallaron en ninguna guerra y, bajo su brazo, se lastimaban las hojas sueltas e inquietas emborronadas de una tinta bruna como el fondo de su alma. Tenía estampa de soñador de barcos y engastador de olas  –por mucho que fue siempre de secano su paso incierto de camaleón borracho. Caminaba acompañado de jadeos sibilantes y, al respirar, uno se daba cuenta de que el aire se le había gastado de tanto soplar a las nubes. Tenía ese mirar nocturno que sólo tienen aquéllos que buscan adverbios tras las estrellas. Era el poeta que sólo escribía a los árboles. Se hartó de romperse el alma contra las almas forasteras. Se hartó un día de escribirle versos fieles a aquellos ojos mentirosos. Se hartó de trepar por el recuerdo de su cuerpo y, en su delirio de amante, decidió escribir solamente a los árboles campechanos que le lindaban el camino:

¡Ay árboles compañeros! 
De vuestra savia y vuestra sombra 
colmo mis venas y mi descanso. 

Pues ya no soy hombre. 
Que empiezo a sentir cortezas
en mi corazón acorralado… 

LÁGRIMAS EN LA LLUVIA




A veces se vienen las lágrimas como goterones de una lluvia desabrida, y descansas y te duermes aún con el salitre humano sobre tu rostro –como clavado por el agua. A veces hasta imagino olitas pequeñas distinguidas entre la negrura de los ojos y, en esa posición –casi fetal- de cabeza flanqueada por los brazos, dejo el arroyuelo imperceptible cayendo desde el espacio hasta una hoja paria que da lugar a un embalse de tristeza. Nunca supe llorar bien. Creo que es un ejercicio que no aprendí de niño con la debida suficiencia. Pues si entonces era un acto público y vocinglero, ahora lloro con un llanto escaso y profundo, como de lágrimas mudas y vergonzosas. Pero siempre sé que habrá un instante en que las lágrimas cesen y vuelva a ver la lluvia sin ningún otro velo de agua  -hechos náufragos ya mis ojos entre las bambalinas de la tormenta...

Es cuando tomo la tinta y empiezo a describir el dolor con los renglones que sobraron. Pues de todo llanto siempre queda un montoncito de poesía…