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LA VEJEZ DE LOS OTROS



No tengo miedo a envejecer. Tengo miedo a que envejezcan aquellos que están conmigo. A sus achaques. A sus torpezas. A sus soledades. Puede parecer lo mismo. A fin de cuentas somos compañeros de viaje que llevan bajo el brazo el mismo calendario. Pero no. No resulta igual mirarse en el espejo a que el espejo se mire en ti. Hay veces en que hasta pienso que la vejez es sólo para los demás. Que pudiera ser que mi destino conociese un atajo para no encontrase frente a frente con ella… Y es que si la muerte crea mártires, la vejez los difumina. Y lo hace hasta tal punto de que uno empieza a interrogarse sobre si es el que fue o fue el que es…

Se dice tanto que la vejez dignifica. Que las arrugas que arramblarán con nuestra piel son los recuerdos de las caricias que hicimos. Que la mano de un anciano vuelve a tener la ternura de cuando fue niño. Que su voz es la voz antigua de la verdad… Pero ello siempre se lo he oído decir a quien aún está lejos de ella… Porque quien llega a viejo se resigna. Sin más bagatelas. Asiente con evidente nostalgia a las ternezas de sus menores. No queda otra. Depende de ellos. Atrás quedó la memoria notable. La ágil respuesta del engranaje articulado de nuestro bastidor de huesos. Los dientes intactos. La orina contenida. Ahora se entró en otro territorio. Un territorio que sólo abona el tiempo y el olvido.  

Más yo sigo sin tener miedo. Y sigo teniendo miedo a que tú envejezcas. Porque tú me vas a enseñar el camino que yo, inocentemente, no quiero conocer todavía. Y si bien es cierto que aún queda tiempo, hay días en que la soledad trae a mis palabras el legítimo derecho a quejarme de que ahora, desde ya, este tren parece andar bastante más deprisa.  

© Fotografía: Jaime Torres 
           

LAS BRECHAS DEL VERANO




Hoy la mañana se ha puesto manga a la sisa y se ha presentado más fresca que una lechuga. Es de aquellas  mañanas que se escapan al verano, cancerbero implacable de su custodia para que, en su recio menester, éste castigue a los nacimos en el sur con mordidas de calor que bien parecieran forjadas en el mismísimo infierno. Son mañanas de césped regado y abuelos con mascota que, al contrario que los lagartos, salen pegados a la sombra como estampas de otro tiempo. Son mañanas de café en una terraza recién regada compartiendo palabras y silencios con quien bien se pudo compartir la noche. Mañanas que se descuelgan de los árboles altos con la amabilidad de un maná desfachatado y primitivo... Son, en suma, las brechas del estío, quien pronto arramblará con ellas para recordarnos que aún nos queda penitencia.

BENDITO SILENCIO



Casi siempre hay silencio en mi casa. Suelo correr ventanas y puertas en busca de esa divina melodía con la que nos entendemos con el tiempo… No soy ni fui ningún melómano –lo reconozco con cierto rubor- y, si bien es cierto, que tuve noviazgos pasajeros con algunos cantautores de vidas disipadas, no puedo por menos que reconocer que hoy, lo que se dice hoy, la música no deja telarañas en las esquinas de mi estancia –probablemente  fue ella la que dejó de escucharme a mí y yo no me di cuenta…


Por cuanto he puesto sobre blanco, no es extraño que, en muchas ocasiones, sólo la cadencia que nace de percutir este teclado –al que le va apareciendo alguna que otra caries- rebota en las paredes ajadas de éste que considero mi refugio. Y por cuanto dije y escribí –percutiendo y percutiendo- es de toda lógica que, si no quiero notas ordenadas, mucho menos transijo con el ruido infernal de una calle de la que me aíslo hasta bien llegada la confusión de las sombras… He descrito a un aburrido -pensará el lector o lectora que se atragante con estas palabras- y bien puede ser cierto, pues no estamos en época en la que se aprecie a los anacoretas de medio pelo como acaba resultando ser un servidor… Ya lo dije. Adoro el silencio porque, si uno sabe entenderlo, compone las más extraordinarias melodías que ser alguno escuchó jamás. Y cuando vuelva la música, eso sí, que sea de tu mano y de tu gracia...

NO HAY BROMAS EN EL CIELO



Es curioso que el anochecer no sea una suerte. Un puro azar. Que indiscriminadamente resultara que un día no apareciera y sí al siguiente, o traspasados algunos … Me resulta curioso que la mayestática jurisdicción del Universo no nos gaste este tipo de bromas. ¿No sería acaso eso mejor que la espera conocida de que el amarillo se tornará en gris y de que luego llegará el negro con sus menudas lamparillas de plata? Pero no. Está claro que el Universo no gasta bromas. Que el argumento al que está sujeto anda atado y bien atado. Que los mortales no tenemos la fortuna de desacostumbrar nuestros ojos a la inercia del tránsito de los colores.


Así lo dicho y, por lo que escasa y torpemente se ha expuesto, esta noche reniego de la constancia del tiempo. Y lo hago con la delirante certeza de que la felicidad sería más abundante en un lugar donde el azar discutiese a la costumbre. Y es que nunca olvido que, es precisamente esta rutina, la que me empuja a hacerme viejo.

REFLEXIÓN IMPROPIA PARA UN SÁBADO ACOSTUMBRADO.



Parar. Pensar. Respirar y seguir. Podría ser el orden cabal de cualquier existencia. Tener además un amanecer en los bolsillos y una luna por blasón. Una tarde de verano para cuando el frío arrecia en los nidos de los solitarios y otra de primavera para llenarte -siempre a ti- el vientre de flores malqueridas.

Respirar y seguir sin más equipaje que una piel algo machucha y un corazón maltratado –que si aún anda nuevo es que se ha vivido con escasez …

Parar. A ser posible sobre una montaña infinita. Contemplando un horizonte infinito. Y bajo un cielo con campanillas infinitas. No es éste mal alto en el camino. El justo para servirse de un manantial de quimeras y palpar el frescor de una brisa que olvidamos entre adoquines y cemento.

Y pensar. Como pienso cuando escribo. Como pienso cuando hablo. Como pienso cuando me equivoco –aquí me río y más bien despienso … Pensar en lo lejos que queda todo cuando de todo nos hemos alejado –nunca hay una primavera sin el previo rigor del invierno …


Todo justo y desordenado. Como en este pensamiento. Impropio porque un día así lo señalé. Propio porque lo asumo y lo siento. Como asumo y siento que esta mañana de sábado también se anda consumiendo. Son horas las de un reloj que puso en marcha un curioso relojero …

ADOLESCENCIA



Me cansas y me descansas.

Me enfadas y me desenfadas.

Me desconciertas y me acostumbras.

Me aturdes y me sosiegas.

Me desilusionas y me embaucas.

Me amparas y me desatiendes.

Me impacientas y me calmas.

Me das la espalda y me devuelves un beso.

Te regaño y me sonríes y, cuando ríes, baja el cielo y nos da una estrella. Y entonces jugamos a hacer navíos con su papel de      plata …
Porque qué complicado nos resulta que tú ya atiendas por mujer cuando para mí solamente eres mi niña …