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ES LA TARDE SIN TI...



Se enjuga la tarde. Se ennegrece de tiempo y de otoño viejo. Se descama sobre un cielo sucio de azul. Llagado de renglones pardos. A jirones, le asciende el olor de la acera gastada. Como una estrella insignificante en el sentido equivocado. Sólo el eco de un corro infantil abre el silencio con el tajo que deja una navaja con cachas de plata. Y mientras… la tarde respira. Como si fuese lo último que no olvidó hacer. Respira y jadea con su ancianidad caduca. Descansada en las farolas púberes que escupen una luz blanca y desanimada. Es la tarde que dejaste. Es la tarde que no tamiza el verde de tus ojos verdes. Que no bruñe el amarillo de tu cabello incandescente. Que no calienta el ardor de tu piel erizada. Es la tarde sin ti. Es el trozo de día que me dejaste señalado sobre mi escritorio macilento.


No quiero huir. Me mantengo vigilante en esta ventana en que invento besos infinitos sobre pieles infinitas. Como te invento a ti, mariposa inexistente. Para que todo lo que escribo tenga sentido. Para poder cerrar las cortinas creyendo que nadie contemplará jamás la locura que preña la lágrima del solitario.


Señora, le ruego recoja usted ya mi alma del alambre. Ha estado tendida todo el verano y aún así no le ha tenido  usted la más mínima consideración, de forma y tal, que no me gustaría encogiese con las lluvias que se avecinan despreñando a los cielos otoñales.

Siempre agradecido. Su viejo amante.