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Y se instaló en sus galas entumecidas por el tiempo. Y afinó su reloj de cuerda adjetiva. Y apuró el borde de la copa hasta más allá de los pinceles lunáticos. Y, a la postre -relucientes las campanas cenicientas-, se sentó al único lado de la mesa donde aún guardaba un mendrugo de ilusión y un amasijo de sonrisa.


Feliz Año. Feliz destino.

TROZOS DE VACÍO



Ahora que sus días muerden el último trecho de la jarcia, me doy cuenta de lo mucho que tengo de Otoño… De lo mucho que contengo del retal inverso que, como un escaso pañuelito sin etiqueta, se pierde en los bolsillos trenzados de la lluvia y la modestia. De tanto como poseo del olor que sangra hacia fuera en la tierra y hacia dentro en los tumores lenguaraces de los que amaron. De cómo me arrastra el cielo huérfano y el arroyo sin dibujos a la Sierra navegable. De cómo habito en la cajetilla de humo y habanos, y en el cristal traslúcido de la vecina que calienta la mirada en el puchero tibio de carne, cebolla y mariposas…

A menos que más, tocará que me marche y que te marches…

A menos que más, tú y yo…Tú Otoño discreto de huecos grises en el remolino de las caracolas rotas. Yo naranjo de lágrima en la acera que sepulta los grillos estivales. Tú Otoño de madera entre los pechos de dos pianos adolescentes. Yo modistillo de aguja en el enhebro siempre viejo del siempre dorado recuerdo. 

A menos que más, tocará que me marche y que te marches…

Por eso Otoño no me gusta que ya te nieven. Ni que te pinten del rojo marioneta que cubre los denarios. Aún chorreas de días y yo calo de noches, escribiendo en dorado sin leer apenas los reversos pueriles de los renglones que compongo de memoria. Dicen que soy demasiado triste y que, por ello, si fuera poeta, no pudiera ser poeta de los que caminan trechos, y que yo, por ser sólo soy, y más que ir, solo quedo... Y por eso, estos días, yo también muerdo el último trecho de la jarcia. Como tú, Otoño, -ceniciento del cuento interminable y la gubia del almíbar. Muerdo y muerdo, antes de que quedemos, enterrados para siempre, en la orilla primera de la nieve que derrite la tibieza del recuerdo de sus besos.


Feliz día. Feliz destino.