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EL FINAL DE UN NOVIEMBRE




Se va marchando el olor a noviembre. Apenas en unas horas se quedará sin ceniza su candelilla de estrellas. Quedará aún otoño. Sí. Pero ya no quedará noviembre. Hoy será ayer y, a nada, será esta tarde. Huele a lluvia por encima de las nubes y a chapines por encima de la acera. Huele a incienso sobre mi escritorio ciego y a tinta sobre el canal de mis papeles. Hay humo rebosando sobre un rimero de cigarros y una tos impertinente que también me despedirá un día. Pero apenas hay noviembre. Sólo el que cuenta para que hoy aún llueva otoño y, para que mis letras, hayan remendado otro hatillo de tiempo.

Feliz día. Feliz destino.



UN TROZO DE OTOÑO



Está templado este otoño. Como tu vientre. Como tus intenciones. Como la sonrisa que cuelgas en el marco de la ventana. Como el silencio que guardas en el último altillo. Como la curva de tus pechos. Como el lunar inánime de tu ombligo. Como la oquedad impaciente de tu cáliz dorado.

Está templado este otoño. Amagando con su disfraz de primavera celestina. Escondido en las cortezas de los árboles y en la miel de las colmenas. En las alcantarillas de las urbes y en la techumbre de los pueblos. En los mares que empantanan el cielo y en las piedras que profanan los caminos.  


Está tibio este otoño. Como la saliva que me robas en cada beso. Como la piel que me desgastas cada noche. Como la espalda en que me entierras tu locura. Como las sábanas en que envuelvo tu recuerdo. Como mi voz cuando te dice te quiero y te quiero y te quiero…

PALABRAS AL AIRE



Yo no busco las palabras en el mar orondo de los engreídos.

Ni en el cielo jactancioso de los que esperan la gloria.

Yo busco palabras ciertas. ¡Humildes! ¡Mansas! 

Yo busco la palabra sencilla que cruje dentro del mendrugo escaso.

Yo busco la palabra cautiva que dormita en el aliento de la piedra.

Yo busco la palabra suplicante que estalla en la boca del mendigo.

Yo busco la palabra que llora en la puerta de la mina reventada.

Yo busco la palabra que se hunde en la poza de la casa sin cubiertos.

Yo busco la palabra que encallece de luna la sombra del solitario.

Yo busco la palabra que marchita el corazón de las manzanas.

Yo no quiero palabras de oro…

¡Dadme palabras que broten

en el fuego del alba!

INQUIETUDES





Voy y vengo. Subo y bajo. Me alejo y me acerco. Me escondo y aparezco. Río con algo que alguna vez me hizo, de verdad, reír. Sueño que calculo la probabilidad de que mi sueño se vuelva cierto. Compongo prosas que copulan sobre los renglones. Mantengo ser pirata de océanos de secano y adiestrador de críticos envidiosos. Soy extraño. Hasta para mí. Hasta para los otros extraños. Pero eso me hacer ser, porque me niego a que nadie traduzca mis silencios como una deserción de la vida.

Ahora llevo varias mañanas sin pasear. Así que ya no escondo historias en los huecos de los árboles. Las que escribo, las guardo en mis cajones, junto a las sábanas limpias con olor a naranjos. Pero las más, quedan atrapadas en mi cabeza, compuestas y sin destino cierto. Ateridas por el hielo que ablanda mis sienes. Ordenadas en el caos del que ahora soy un irreprochable prisionero.

Puedo llegar a ser tan ejemplarizante cautivo, que yo mismo construí la celda donde habito, donde duermo y donde pienso, donde me apago y me despierto. Apenas una irregular ventana desde donde oteo un trozo de ajenas existencias. Apenas una silla que suplica un tapizado. Apenas un baño donde lavo mis pecados…

Todo lo que es ahora, acaba siendo luego, y mañana se parece demasiado a ayer. Todo noviembre tiene una primavera arrepentida y han decapitado al otoño sobre el severo calendario. Todos los caminos quedan lejos de Roma y, en París, ya no saben lo que es un evangelio. Dicen que la Luna va sellando sus cráteres, y que Saturno regala anillos crepitantes a las estrellas casaderas.


No sé nada de todo esto, yo sigo en mi celda componiendo canciones de amor para los tenores mudos. 

MAR ADENTRO



 ¿Quién ha dicho que al mar
no le hubiese gustado ser
criatura de tierra adentro?

Lodazal de estiércol o sangre de arroyo.

¿Quién ha dicho que al mar
no le hubiese gustado ser
criatura de tierra adentro?

Panza de charca o melena de montaña.

¿Quién ha dicho que al mar
-a lo mejor no para siempre-,
no le hubiese gustado ser
puñadito de sal blanca
y anidar bajo una roca
sus charquitos de espuma clara?

¡Ay mar que te perdieron
tan lejos de mi montaña,
tan lejos de mis olivos,
tan lejos de mi yeguada!

Yo a ti te tengo pena,
pena de mar salada,
porque has de sentirte solo
cuando mar adentro te embarcan…


TAL VEZ...



Tal vez no seas como creo. ¡Tanto me mienten los sueños…! Tal vez aparezcas y me equivoque. Y pases de largo. Y me quede corto. Y mires como te miro. Y yo ande mirando como mirabas. Tal vez se vaya la palabra de mi boca hasta otra boca. Y tú te quedes en medio. Habitando una primavera en otoño. Silente y mágica. Como una golondrina de maderas y espejos.