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TÚ, MI AMADA CAUSAHABIENTE



No heredarás caudales bruñidos en plata, ni vastos predios donde el sol esparza sus mañanas. No heredarás reliquias esplendentes, ni mapas que conduzcan al oro del rey Tumanamá. Por la torpeza de mis batallas no cobrarás reverencias en palacio, ni espurias indulgencias para alcanzar un día el paraíso.
No heredarás lugar entre los nobles pues, si acaso un día pude serlo, testimonio de ello no tengo.

No custodio incunables bajo el colchón que me tolera, ni evangelios apócrifos donde Dios me hablara un día. Se me deshizo de abrigarme el gabán bruno de tu abuelo y, de yantar sobre su seda, mi lienzo de surtas mariposas. No hice acopio de nada que valor hoy sostenga pues prestado habré de tomar en la orilla de Caronte.       

Pero, aún a beneficio de inventario, heredarás mi piel bizarra y mi tormenta, el ángel que compartió mis pasos, y el brocal de un pozo verde donde moran ranas y princesas.

Será tuyo mi horizonte de aguaceros infinitos y el recuerdo de una estrella que me cegó en primavera. Todo el silencio que ocupan los visillos de unos versos, un gato -si persevera-, el alquiler al mes corriente y una póliza en que mantengo rehén a mi tristeza.

A mi última pupila cósele un cielo de otoño y en mis manos pon dos besos y una perlita blanca. Rézame el avemaría que te acercaba a la cuna y rocía con ron antiguo la sed de mi camino. Dile a los marineros que abran de dicha las velas, y a los gorriones cenicientos que siempre recuerden mi árbol.

A más deberes no te obligues. Ni aunque otros te conminaran. No hagas oído a consejos. Pues ya ves niña del alma, ¡qué pobre consuelo dejo!

MARIPOSAS NEGRAS




No me muestro apenado 
para demandar la mirada
de quien malvive mis versos
con el sol hinchado en su faz.

No me confieso frágil
para requerir las clemencias
que conceden en las justas
al adalid de la derrota.

No deshilacho mi abrigo 
para atrapar en él las lágrimas
que quedaron olvidadas
en la seda de la luna.

Escribir puedo
renglones infinitos
que cuelguen en las almas
pasquines de colores.

Mas si elegí volar
entre las mariposas ciegas,
dejadme que yo labre
las piedras de mis alas.


TARDES DE PÓKER




Estoy empezando a amontonar tardes. Como si fuesen naipes de una baraja. Naipes esmaltados por el sol y el inconstante peso del viento. De más o menos valor según el juego al que corresponda la partida. Pero aquí no vale cambiar de cartas. Las que te entrega el aplicado crupier son las que tienes y, de cómo la juegues, dependerá tu suerte.

Hay jugadores de todos los tipos. Algunos farolean mucho y, con unas cartas de pena, van a desafiar la tarde con su resto. No siempre pierden. Hay naipes escasos que dan para una gloria…

Luego están los jugadores más clásicos. Miran al cielo firmemente a los ojos y sólo arriesgan cuando su jugada merece la pena. Son la mayoría. Cucos de corbata y un cuarto de sueldo fijo, de hipoteca y televisor de plasma, de auto a plazos y de domingos en familia.

Cómo no nombrar a los chambones que, por mucho que evalúan su mano no se arriesgan a jugársela por una fabulada recompensa. Son jugadores que rezan más que hacen, que suplican más que inventan, que dividen más que multiplican, que ven escaparates y comen pipas sin sal…

Y por último la miscelánea humana que, cada atarcedida, se sienta en las mesas de juego. Los que llevaron corbata y hoy exprimen un amuleto. Los que sintieron miedo pero desangraron todo su coraje. Los que de tanto esperar, vieron hacer nidos en sus pucheros a las arañas…
Y la tarde que, como la banca, siempre gana. Tiene poco que jugarse. Mañana, sí o sí, se exhibirá de nuevo. Con su baraja bajo el brazo. Con su tapete verde hierba. Con sus fichas de diamantes y sus naipes marcados por las farolas recién abiertas.

P.D. Que, ¿qué tipo de jugador soy? ¡Uf! Es una insensatez ponderarme. Sólo les diré que, últimamente, la vida me entrega cartas muy discretas, pero que tengo la dicha de intuir el momento de las grandes aventuras. Sólo hay que saber esperar a la dama de corazones…

Feliz anochecer. Feliz destino.
(Feliz mediodía América)


EL ADIÓS DE MARZO



Esta noche me alumbra la desgana. El cielo sigue desteñido y enterneciendo las piedras con su agua bonachona. Dicen los que dicen que ya se marchan las lluvias de marzo, que la primavera mocita espera tras la puerta y que, a lo mejor mañana, o a lo más a su paso, empezarán a entreverse los misterios que la preñan.

Vendrán la mañanas mimosas y las tardes amarillas, los jazmines blancos de tu pelo negro y el verde gritón de las ranas principescas, el violáceo en los caminos y el rojo en la sangre de los poetas.

Así que me voy a despedir de ti, noche macilenta, lluviosa y fría -como el último contrabando-, encubridora de mis versos más ruinosos, portal de mi soledad y mi pereza… Me voy a despedir de ti hasta no sé cuándo, hasta no sé dónde, hasta no sé con quién…

Será el horizonte de tu Otoño y el trazo de mi vida los que, aquí o allá, o acaso algo más lejos, vuelvan a cruzarse en la rúbrica sin nombre de un mustio poema.

Feliz noche. Feliz destino.
(Feliz atardecer América)  

LA OTRA PRIMAVERA




Ya sé que ha venido y, en el colmo de mi vesania, hasta conozco como ha sido. Dicen que a la media noche la nacieron duendes y ninfas, sirenas y tritones, ángeles y arcángeles. La dejaron a medio vestir, con sus enaguas de seda y plata, bajo la cubierta inquieta de un día lluvioso y turbio -¡demasiado turbio…! La dejaron entre las hormigas obedientes y los batracios locos que ablandan su panza en los balcones huecos. La dejaron sobre la espuma de los arroyos que las montañas desgastan y en los valles donde llora el último árbol virgen.

Ya en mi calle, se han vestido de largo los gorriones y, en algunas esquinas, han tallado pasquines los enemigos de la luna. Hay quien fuerza una esperanza y quien abre el paraguas harto de los versos que manchan las aceras. Hay quien mira al cielo, como si jamás azul lo viese, y quien sólo se preocupa del barro de sus zapatos.


No seré yo el que corte los tallos de las amapolas ni el que arañe los espejos que ahora pulirán las albas. No seré yo quien equivoque a las abejas ni quien silencie los trinos de las aves seducidas. Respetaré los almendros que amamantan los campos y la tibieza de los lagos que empapan a la luna. Mas a vuestra comprensión imploro para vivir en mi penumbra y para entender que el otoño es el tapiz de mi morada. Porque no perdono a una primavera que no haga crecer flores en la boca de los desheredados...

LA GITANA DE LOS AJOS, LA GITANA DE LOS OJOS...



¡Vaya cicatrices de nubes que le han hecho en la panza al cielo! Dicen que viene agua. Me lo ha dicho una gitana que vende ajos enormes -como los quinqués de sus ojos- en la esquina de la Plaza.

¡Ay “compráme” ajos payo… Que sólo es a euro la docena! Y este payo que sonríe -o intenta algo que recuerda- y saca de sus bolsillos grises una moneda nueva, como un solecito de plata, como si fuese una quimera, y la gitana que se ríe, y en sus ojos se ven planetas, y la gitana que me dice: “no tardes mucho payo que hoy viene agua por la Sierra y no que quiero que se te moje tu gracia de poeta…” Y yo que no uso ajos, porque de cocinar no me dio virtud la vida, ni voluntad la querencia, me muerdo los labios y pienso dónde se me ven las letras…

Sé que se pocharán los ajos antes que uso les diera, y que la casa me olerá pocha, y que pocha acabará hoy la tierra, pero qué contenta la gitana -la de los candiles en los ojos- con el níquel “pa” sus prendas.     

Feliz día. Feliz destino.   



SUSPIROS




SUSPIROS

¿Por qué las noches son negras?
¿Por qué se visten de luto los bordes de las estrellas? 
¿Por qué son de verde oscuro las veredas de las sierras?
¿Por qué son brunas las fuentes donde el agua se lamenta?
Si acaso ya es de carbón y bronce
la sombra de mi tristeza,
¿por qué no pueden ser blancos los clavos de mis poemas?


11-M




LA RENUNCIA
(in memoriam a las vidas salvajemente truncadas el 11-M)


Esperaba sentado en aquella butaca mientras percutía, sobre las losetas algodonadas, con sus pies descalzos. En su regazo, dos alas, una venda para los ojos, un arco, un carcaj y, al menos, dos docenas de flechas. Llegado su turno, entró en el habitáculo con olor a cielo y puso su arsenal sobre la mesa. Quien le miraba desde el otro lado  -ocupando un espacio infinito- esperaba una explicación a aquella renuncia tan inusual. Tomó el aire necesario para espetar lo que tanto había pensado: No pienso seguir disparando mis flechas mientras otros sigan disparando sus balas. 

DE MUJERES Y MARZO




Aunque ando en la trastienda de las vocales y las sombras, más silente que sonoro y más afanoso que fértil. Aunque me duele -como duelen pocas cosas- esta tarde que se arruga y evapora, y esta oscuridad que ya doblega mi peto y hace punzante el yelmo que encarcela el brote de mi locura.

Aunque no sé del tiempo que me resta ni de las palabras que me caben, pues soy universo pequeño en un útero que, escaso de piel y celo, me gira y me alimenta. Pasar no quisiera el día sin hablaros, sin escribiros, sin reprocharos, sin deliraros, sin echaros de menos, sin disculparme y sin confesaros que todo lo que fuisteis yo fui y que, todo lo que me demandéis, justamente seré...

Madres, hermanas, hijas, amantes… Campesinas, taquígrafas y parteras; costureras, poetisas y psiquiatras; geógrafas, panaderas y maestras; prostitutas, regentes y centinelas; mujeres todas en mis quimeras y en mis infiernos; en mis hogares y en mis veredas; en mis candelas y en mis aguaceros; en mis olvidos y en mis recuerdos… Os tuve tanto… Os besé tanto... Os deseé tanto… Os lloré tanto… Os escribí tanto… ¡Cómo de feliz me hicisteis…! ¡Cómo de desdichado…!

Ya que sabéis de mi pobre amor imaginario yo, sin enturbiarme, me señalo hoy en vuestros rostros y en vuestras manos, en vuestros labios y en vuestros vientres, en vuestros pechos y en vuestra alma, pues me hice trovador para escribiros y me hice camino para encontraros…  


ADIOS MAÑANITA CLARA




Al resguardo de este balcón donde penan de olvido las begonias y se engruesan con las podas de mis versos las larvas de miel y aire, acecho, sin decoro, el desvestir de la mañana en su alcoba de doncella.

Al pie queda su vestidito claro y su enagua de celajes, sus inversos regatos amarillos y su corsé laso de tiernos azules. El sol, inmutable y recio, le unta ya del olor a tabernas y a guisos de corralones, del olor a queso viejo y al del vino que fermenta en la boca del mentiroso.

Los zapatitos del escaparate se hacen sombras bajo el toldo que albor devora y, los maniquíes displicentes, sestean a destiempo sin cerrar sus ojos de peces disecados. Hay un viento quieto, como hecho de plomo, que comba las hojas de los naranjos agrios, y un reciente gorgoteo de los pajarillos que se quejan del hambre inoportuna.


Ya no queda mañana en la acera donde posé temprano mis ojos dormilones, y se me borraron del pecho los pueriles tatuajes con los que jugué a la esperanza. Yo como tú, mañana clara, también correré a esconderme bajo mi sol de candil y sombras, a bosquejar renglones y silencios, a herir versos sin más destino ni medida que servir de pasto esta noche a los amantes inflamados.  

EL HOMBRE QUE ESPERA LA PRIMAVERA



Como cada primero de marzo se hace el redondel de San Lorenzo acuarela de su estampa. Y se remienda de sol el rosetón de la Iglesia, y se ponen nerviosas las palomas y recién se estrena un cielo que duele de añil, y se confunden en su figura todos los instantes de un cosmos que, por un momento, se detiene junto a la fuente del cervatillo de piedra.

El cabello teñido en agua, una tez bruna de Sierra y un traje equivocado al que le gotean de seda los bolsillos.
La espalda que anota la curva del invierno, la escasez en las carnes y unas manos que arrullan un ramillete de margaritas tiernas. La mirada como el ala de un gorrión humilde, un mentón de hidalgo en Flandes y en sus pies, ¡en sus pies los zapatos más limpios del mundo!

De sus recuerdos dicen que tejen razones las arañas y de su pasado -bordados en filigranas de plata- cuelgan rosarios de caricias rezadas en las pieles que alimentaron su vesania.


Es el hombre que siempre espera abril cuando marzo llega. En la misma Plaza en que con trece albas se le crujieron de amor los labios. Bajo el mismo cielo en que resolvió su talle  -¡ay su talle!- de musa morena, y entre el mismo aire donde, bajo su blusa, conoció para siempre a qué huele la desalmada primavera.