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MARTES



Vuelve el martes. Y un panzón amarillo se ha tumbado en el cielo. Se le abrieron unos días al verano, una herida de brisa impostada y nubes cenicientas que hicieron arroyos de otoño en la pendiente de las noches. Un espejismo en la cañada… Mas ya ha vuelto el loco del sombrero amarillo y el medallón incandescente.

Es martes. Un martes más, un martes menos, un martes sin condición ni ventura al que -ya al mediodía- no le quedan cenizas de plata que me hagan mirar al cielo.

No me gusta contar días. Pero es un hábito que ocupa mi trastorno solitario, y así lo acometo, y así lo escribo. Desconozco la insana intención de mi acto. Pero hecho es y hecho queda…

Y aquí trasiego, de mis sombras a mis piedras, de mis piedras a mis laberintos, de mis laberintos a mis lunas… Sin hilos libertadores, sin más agua que la que estanco en mi sed y en mi infortunio. Mitad hombre mitad espectro. Hacedor de cuentos incontables, tejedor de ataujías invisibles, morador de este espacio silencioso donde los versos son turbios y tienen párpados las orugas…

Pero me he jurado no volver a confiar mi suerte a ninguna caricia de cera…


SEÑORITA, USTED PERDONE…




A usted señorita. A usted que pasa cada tarde mientras concreto mis pertrechos y me pierdo –inconsistente- en mi labor de alquimista malcontento.

A usted a la que veo, a vista de pájaro, a aquel lado de la calle –donde los gorriones devoran insectos y las farolas devoran sombras-.

A usted que muestra coleta rubia, falda razonable y bolso en bandolera. A usted que no es guapa ni fea, ni alta ni baja, ni ancha ni estrecha, ni todo lo contrario...

A usted que existe para ser sueño de cualquier vate ofendido y, en cuya boca y reflexión presagio, por ese orden, sonrisas y desalientos.


Sepa que cualquier día de éstos, en que me pille con el corazón desatinado y la luna ande desplegada de nácar, voy a bajar a preguntarle su gracia y su desgracia y, si usted no lo remedia, voy a acabar con nuestro desconocimiento mutuo atrapando sus labios con mis ojos y su cintura con mi torpeza para que, a la postre – y visto, tras los años, que la alquimia de los versos, no por infatigable es cierta- usted proteste por mi vesania y, tras su nuevo inicio en el sendero, yo me quede esperando –inútilmente- junto a la pena divertida de los gorriones colegiales… 

NORIAS



Minutos de hiedra…

Mis tardes que giran…

Silencios de siesta…

Muñequillas de sombras
-velitas que no prenden
en el alma de las rosas.

Mis tardes de madera
-molinetes de recuerdos
en el centro de la pena.

Risas opacas
-aguaceros de niños
en la orilla de plata.

Mis tardes de bronce
-solecitos que calzan
sandalias de pobre.

Enaguas de campanas
-cancioncilla de aire.

“Dientes sin almas.
Huesos sin carne.
La niña sin ojos
que viene a buscarte”.

Orfandades de hambre
-bocanadas de viento
preñado de alambres.

¡Ay tarde de piedra!

¡Ay lágrima hueca!

En tu boca de sal
mi barca navega.

ELLA, SIEMPRE ELLA



Esta mañana me has venido tú y tu perfil de geisha. Y, contigo, tu pelo dorado, intensamente dorado -como las piedras que se hunden en los ríos de sol-. Y, contigo, tus manos pequeñas –que siempre tuve miedo de arrugar con las mías-, y tu nariz escasa, y tu piel de niña, la que –con cualquier reflejo- imitaba la pálida albura de las muñecas.

Tú y tu corazón de geisha... Menudo como un firmamento de bolsillo. Como una constelación de intenciones diminutas…

Te me has venido esta mañana –como un “dulceamargo” despertar, como un recuerdo sonámbulo- y contigo se me venido, de repente, el sabor a fresa de tu lengua, tus vaqueros escasos, tu sonrisa con alas, tu cintura de hada…

Saliste –quién sabe para qué- de aquella casita blanca, con ínfulas de altisonante neón, y entraste en mi morada y en mi alma, como sólo dejo que entren las mariposas que conocen el secreto de mis sueños…

“Fue aquel tiempo en que el cielo olía a cielo y tú olías a azúcar. Fue el tiempo de todos los amaneceres que mis brazos han rodeado. De todos los espejos y de todos los caminos. Fue un tiempo para amar, pero fue un amor para todos los tiempos”.


Así te lo escribí entonces. Y así te lo escribo esta mañana de domingo donde tú, mi geisha inalcanzable, sigues sin salir de mis palabras, sigues empeñada en no volar de mi memoria…

OTRA TARDE




Se asomó a la tarde sin flores. A la tarde sin sueños. A la tarde sin alma.

Se sinceró con el viento y compartió camino con las sombras de las abejas campesinas.

Y agotado de portar silencios, se sentó a esperar la noche, como quien espera, a que la vida, sostenga los raíles al infinito de la risa...



ADDIO, AMORE MIO




No me sueñes.
Ya no estoy en tu universo.
Marché.
Como se marchan las palabras de la boca.
Como se marchan los grillos del verano.

Marché.
Y ya no estoy en tu risa.
Y ya no estoy en el hueco de tu blusa.
Y ya no estoy en la lumbre de tu pelo.

Borré el camino que descendía a tu cintura,
a tu blasón de húmedos soliloquios,
a tus pies pequeños
y a tu reflejo en el armario.

Borré los sueños
y aquellos puentes de Florencia,
la amargura de Alighieri
-que yo tanto conocía-
y los nombres de todas sus amantes.


Marché porque era más fácil mi partida.
Yo nunca olvido el camino a mi regreso…

GRISES EN AGOSTO




Vienen estos días de Agosto apagando con premura las tardes, como si sus fareros de cal anduviesen fatigosos, como si sus tesoreros de luz se hubiesen vuelto más avaros, como si los visillos incalculables -que desvelan la canícula- se entornasen ante el miedo de una luna cegadora.

Se hacen así los días más ásperos, escasos de tinturas y reflejos, ausentes de razones y sonrisas, como pardos lobos que trastean en los osarios de las Sierras…

Son tardes que lastiman la probidad de los solitarios, de los marineros sin sirenas, de las mocitas sin novio, de las abuelas sin rosario, de los poetas sin renglones y de los trovadores sin garganta.

Dicen, además, que llegarán tormentas secas, ruidos ominosos de sátiros que juegan a los dados, pléyades talladas en los cauces de los arroyos infecundos, molinillos de aspas transparentes y vientos diminutos en la memoria de las piedras.

Pero yo quiero que vuelvan antes los pintores inconscientes, los azules de mi ventana, mis gorriones aburridos, el estandarte blanco de tu risa, tu vientre laureado, tu cabello hasta tu hombro y, por qué no, aquella saliva hecha beso, en las amargas cortezas de mis manos y mi espalda.

Porque no te quiero gris Agosto, porque así yo no te quiero…
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Imagen: “Flor desmayada” (Dibujo de Francisco Pérez Soto –México-)

EN LA ORILLA



Se queda el agua en tu cabello
-ambiciosa y egoísta.

Se queda el sol en tu espalda
-amaestrado y vencido.

Se queda la arena en tu pecho
-seducida y furiosa.

Se queda la sal en tus manos
-mercadeando tu textura…


Y tú,
ola de vidrio sobre el acontecer improbable,
te quedas y sonríes
-amable sostén de piel infinita-,
como un totémico deseo
en el humilde principio de mi océano.

UN CUENTO PARA TI



¿Cómo contar nuestro cuento? Ya te he dicho muchas veces que soy un pésimo escritor de cuentos –se me revelan tanto los personajes…- Y aun conociendo mi imperfección, vas tú y, con tus oiditos sordos, me solicitas uno que nos abarque.

- Quiero que tenga un final feliz –me has propuesto exigiéndome...

- Y que haya dos amantes que destruyan nubes oscuras y oleajes ambiciosos –eso lo has dicho con la mirada en el cielo del salón…

- Y una princesa, ¡sí!, una princesa de ojos celestes y agua de azahar en los labios –y has sonreído, y han sonreído las paredes…

Y si hay una princesa, pon un príncipe apuesto, valiente y con una armadura de acero y oro –y yo que me miro y que me veo fuera del cuento…

Espera –has seguido diciendo- te anoto todo lo que quiero y, dicho esto, he visto correr tu cuerpo por el pasillo, medio vestida y medio desnuda –como sueles andar por la casa, indecisa entre hacer el amor o la compra…
Y yo aquí, esperando tu vuelta –aún sin saber si te has acabado de vestir o de desnudar- he comenzado a hundir el lápiz en la trama de la cuartilla…


“Érase una vez que se era, que ella –tan ignorante siempre de las orugas que viven en mis cárceles- me pidió un cuento, mientras se hacía -de nuevo- mariposa de aire por los pasillos interminables de la tarde…”