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TÚ INSISTENTE





No sé si fue una noche de abril como ésta. No sé si fue, como ésta, una noche con tildes de frío aún en las hojas de los naranjos (cuántas veces la memoria es infiel a lo ocurrido).

Tal vez no era abril, ni era noche. Tal vez aún los azulejos del sol empedraban las riberas. Tal vez aún escampaban reflejos entre la lluvia amarilla de la tarde…

¿Por qué entonces esta noche me vuelve a traer el mismo recuerdo?

(Las sombras de tu rostro de nuevo apareciendo por las puertas, el aire de tu cintura embelesando las mórbidas esquinas de la casa y, al otro lado de mi espalda, tangencial a mi silencio, el hablante círculo de tu risa).

No puede ser falsa esta presencia que ahora me abrasa el pecho…

(Tú anunciando la cena, la frugal cena para dos que hoy no existe sobre la mesa. Tú y tu pijama indefenso y tibio, tú y el cuenco de la sopa, tú y la televisión apagada y aquellas palabras perfectas que relataban la aventura del día).

Todo vuelve a pasar ahora, como si goteasen ayeres sobre esta noche desabrida de abril. Como si el pasado no fuese contigo. Como si tú no formaras parte de los renglones del calendario.


…Y yo escribo y -a fuerza de muecas- sonrío, y la luz de la pantalla en que dispongo las letras hace daño en mi retina insistente, detenida en el ayer, en ese ayer del que tú vas y vienes sin contar con los caminos ni con el tiempo, como un tranvía intermitente que extravió de parte a parte la memoria.

ENTRETENIDO EN SER POETA






…Era como las bombillas antiguas de triste voltaje, puro chisporroteo y debilidad, y recuerdo que sólo en contadas ocasiones -concentrando con fervor el total de su energía- alumbraba escasamente la mitad de su sombra.

Era viudo y escribiente, mediopensionista y ex-noctívago -agotado el hígado y expectante la impaciencia de estar vivo-. Así lo conocí yo, intermitente y melancólico, apenas un filamento delgaducho del que escapaban fotones tímidos, casi arrepentidos de ser tan excepcionalmente veloces.

Me contaban que fue excelso poeta, que encadenaba endecasílabos con la pericia de un Góngora o de un Lope, que estuvo en las Américas y que vio marchar a los ingleses de las Indias Orientales. Que acaso tendría hijos y nietos y un baúl repleto de epístolas de amantes fatigadas.

Pero hoy todo aquello quedaba opacado en su estancia diminuta donde docenas de libros con sobrecubiertas umbrosas mordían las paredes. Y allí estuve yendo yo cada tarde, no sé durante cuánto tiempo, y todo con la esperanza de que tal vez juntando filamentos alcanzáramos media luna de luz tibia. Y allí, con su voz de ayer me recitaba versos lapidarios, interminables estrofas de métrica impoluta que me salpicaban de agujas los párpados vigilantes.


Luego te conocí y he pensado mil veces que te lo hubiese presentado, que hubiese hecho que lo conocieras, porque tal vez tú, todo luz, hubieses conseguido que volviera a masticar una sonrisa… Pero ya sabes, te necesito tanto, que ya no me atrevo a apartar tu haz de mi camino, porque todo eso fue ayer y yo no sé ya para cuándo arribará la infinita oscuridad a este hombro sobre el que hoy lees lo que escribo…