Para volver (para que volvieras) tendría que invertir en
conocerte. Aunque no haya pasado tanto tiempo, aunque haya pasado tanto tiempo
(cuando especulo contigo no logro adivinar en qué lugar de mi memoria me
encuentro, como si fueses una manecilla en un reloj del que no conozco el orden
de las horas)
Para volver (para que volvieras) tendría que volver a
conocerte, a presentir por el eco de tu pecho si andas medido dormida o medio
desvelada, a saber por el surco de tu espalda si ya andas medio vestida o
medio desnuda, a descifrar si la intención de tus pies fríos sólo busca mi
sacudida glaciar o llevarme con circunloquios al trópico de tu sexo.
Para volver (para que volvieras) tendría que volver a
aprender el hermético lenguaje de las raicillas de tus ojos, del modo de tus
posturas, del tic-tac de tus ausencias, resolver el enigma de la forma en que
colocas las macetas o aliñas la ensalada al mediodía.
Para volver (para que volvieras) tendría que volver a hablar
para dos, y a soñar por dos, y a sufrir en dos, y volver a preguntarme si lo
mejor de mí lo tienes tú (y es por tanto fácil que te lo lleves) o lo traje de
otra orilla antes de encontrarte.
Para volver (para que volvieras) tendría que volver a todo
lo que eras y ya es tarde, y la noche está demasiado callada, y hay lobos
dibujados en las montañas, y hace mucho frío ahí afuera, donde habitan almas
envueltas en las piedras, donde cabriolean las sombras, donde un dios
empecinado cincela el círculo de mi miedo sobre tu tumba…