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RUIDO, MUCHO RUIDO

Sí, lo decía Sabina -también lo cantaba-, hacemos mucho ruido... Nos gusta estropear el silencio, el divino vacío de las palabras que no se dicen. Hacemos ruido hasta para callarnos. Nos gusta que nuestra estupidez se escuche y, si se escucha alto, mucho mejor. Somos habitantes de un planeta que cruje harto de nuestras augustas sandeces. Hace ruido el reyezuelo que malversa, el clérigo que inquieta y el recaudador que arruina. Hace ruido la máquina que tala, el tren que bufa y la chimenea que exhala. Hacen ruido las monedas que se cuentan, el oro que se esconde y el diamante que sangra. Hacen ruido las oficinas, los supermercados y los dormitorios. Los vecinos, los parientes y los enemigos. Hace ruido la pluma del escritor y la lágrima de la plañidera. La caída de las hojas y el caminar lento del aire. Hacen ruidos los besos, las lenguas que se buscan, las caricias que caminan por las pieles ajenas... No sabemos callar a tiempo, dejar que sea la tierra la que narre nuestra propia existencia, permitir que la luz serene y la oscuridad enerve…

¡Tanto ruido para estar luego tanto tiempo en silencio!

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