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EL ANDÉN DE LA PRIMAVERA


A veces parte sin mí el tren donde persistentemente viajo y, en su partida, lo contemplo alejarse -humedecidos los ojos y quieta la maleta. Será inútil todo esfuerzo por alcanzarlo. El reloj de la estación se adelantó sin previo aviso y, ahora sólo queda la mirada lacerante al horizonte que perturba.

Quedo entonces –asumida ya la pérdida a la que llegué más por destino que por tardanza- arrellanado en este banco que me hicieron a propósito de madera, y me convierto en ebanista transeúnte, en servidor de la gubia que medra aún más sus listones arrugados. Aquí, entre sus carcomas devoradoras, me estrujo con la brisa inacabada y, a modo de sábana macilenta, me embozo con recuerdos de otros tiempos, con la ignorancia de si aún quedará alguien bosquejando versos en las paredes. 

Huele este andén siniestro a gasóleo e hierro viejo machacado, a soledad en blanco y negro, a posos de café y bolsitas de té mohosas.  Es este lugar –en el que quedo- la contrautopía de los paisajes, el laberinto de las llanuras vejatorias, el andrajo de un cielo estallado en las aristas de sus constelaciones.

Sobre la arena seca que alimenta mis suelas malgastadas     –otrora aserrín de risas- escupo la saliva que derrocha mi garganta, formando las únicas estrellas  que permite el tapiz malencarado. A mi siniestra, algo que pudo ser una botella,  recuerda el presente de la resaca y acoge en su boca dos moscas machaconas y ciegas. El petróleo de las uvas me llena el estómago y la cabeza, y ocupa el lugar de la sangre y la sesera. No sé llorar y no lloro. Tan sólo mantengo la amargura en la marmita imaginaria de mi tráquea.  

No hay más viajeros atrasados en esta estación de fantasmas y desmemorias. Solo quedo y solo destrozo las palabras que ayer compuse. A cantar me paro si la tarde queda rota y, las alas batientes de algún insecto, me recuerdan la mudez de lo entonado. No recuerdo la música que me enseñaste. Ni las palabras que tras de ayer me emocionaron. El banco de madera sigue figurando firme. Imperturbable. Como el acomodo infernal de cada ominoso pensamiento. Por eso me fue hecho a propósito. Para evitar un rendimiento protector. Para alargar la tortura del tiempo que, imperturbable, pasa y pasa volviendo a hacer llagas que saben, una vez más, a primavera.  

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