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TARDE DE LIBROS



Hay tardes en que me pongo a manejarme entre mis libros. En que me dedico a esa otra labranza en que se desbroza polvo y se siembran –acá y allá- palabras que germinarán de nuevo sobre los anaqueles a los que se le encomienda su reposo. Suelen ser tardes plomizas –como la que se dibuja hoy-, quebrado el cielo y mi espectro, cerrados los sueños por descanso de los delirados y abierto el regueruelo siempre desmayado de la melancolía.

Son mis libros un ejército de ideas, un imperio de pensamientos, un coloso desmembrado en páginas y lomos, en cubiertas y cueros, en celulosas y prólogos. Me gusta su olor a tierra de tinta, a lodo de párrafos, a agua mansa y estancada que quedó encerrada en tantos finales interrogantes. Mientras los cambio caprichosamente de lugar, los voy girando y concretando y aspirando su vaho de durmientes y celebrando sus colores y apreciando su tamaño. De tal forma que me tomo la particular tarea de descolocarlos de criterios y uniformidades, de manosearlos, de hurgarlos y revolverlos, de palparlos y estrecharlos, disfrutando del crujir de sus cortezas siempre convocadoras.

Esta tarde -ya construido el arco iris de tintas y llenas mis manos de palabras- los distingo sereno mientras invierto sus sombras lineales y, es entonces, terminado mi quehacer, cuando no puedo por menos que sonreír ante el espectáculo magnificente de su existencia primigenia.

ÁRBOLES SIN SUEÑOS



¡Ay árboles que arrebatáis el espacio de mi parque! Árboles grandes como selvas y pequeños como pezones. Árboles altos y bajos, impenetrables y obvios, insuficientes y lujuriantes. Sois el crisol de sombras que cobija las letras en las que me vacío, el tamiz invertido que eleva mis fantasías. Sois la portada de un cuento de madera que me queda por escribir y las alas verdes de una mariposa que me queda por amar. Sois el aliento de hierba de la voz que me llama y me discute.

Os alimento cada tarde como se alimenta a las palomas -hierática mi estampa sobre la forja del banco que os sostiene. Os muestro lo que escribo y lo que callo, lo que pienso y lo que olvido. Sois la estampa inmóvil de mis batallas. Las exclamaciones de mis derrotas. Siempre vosotros. Necesarios e invisibles. Faltos de hileras que os rectifiquen. Nacidos allí y acá. Sorprendiendo a la tierra infecunda y urbana de este lugar que cada tarde me socorre. Sois como yo. Hartos de palabras. Armados de silencios. Impenetrables al aire que adoráis y que os lamenta con la luna. Sois así. Tejedores recios de esos sueños que sólo entienden aquéllos que nacieron con el alma de madera.   

CONJUGANDO EL VERBO AMAR




Decía el gran Nicanor Parra, poeta, matemático, físico y chileno -póngalo usted en el orden que más le agrade que yo lo constituí sin pensarlo- que el mañana es ese día que no llega nunca, ya que en el momento que lo hace se convierte en presente y, por mor de la instantaneidad más inexplicable, lo hace también en pasado. Yo, sin embargo, sólo añoro el mañana. Será porque es lo único que nunca tuve. Tengo el presente y se me va como hoja que lleva el diablo y tuve, sí ¡ay tuve! el pasado y me quedó clavado, porito a porito, en mi piel en un perfecto trabajo de ingeniería perversa. Nunca he amado en presente porque, al darlos, ya volaron mis besos a otros labios. Nunca he amado en pasado porque, a fuerza de desmemoriado, me he vuelto un redomado sinvergüenza que cree que amar no es verbo que sea posible conjugar en pretérito –ni perfecto ni imperfecto. Así pues me queda amar en futuro. Cosa ésta a la que se le antoja la más pueril y lógica de las cuestiones: ¿A quién?

Será por eso que amo tus andares niña cuando los pierdes delante de los míos. Y que atrapo tu mirada cuando la cruzas en ese instante en que soy yo también el que mira. Será por eso que sólo te acaricio en sueños cuando, la duermevela te hace tan mía, que me olvido de que existo. Será por este galimatías metafísico que ayer te vi y te amé y hoy apenas recuerdo el color ¿grisáceo? de tus ojos. Más por ello nunca te me pierdas, niña, porque algún día aspiro a amarte en pasado, presente y futuro. En todas las conjugaciones verbales que acepte tan exquisito verbo. Tan imprescindible proceder. Porque amarte. Amarte como lo hago eso sí que es un gran problema metafísico.

P.D. Un beso de mañana porque, el de ahora, ya lo revoloteó el viento.