Acabó todo y quedé sin saber lo que vales. No te puse en
ninguna balanza -dicen saber así lo que vale el oro. No te sometí al dictado de
ninguna lente –dicen que así se conoce cuán de valiosos son los diamantes.
Ningún experto autentificó tus pinceladas de belleza –dicen ser la única forma
de tasar una obra de arte. Te ruego pues regreses, sin que ello sirva de
desleal excusa, a ver si esta vez mi tálamo consigue adivinar –por tu recorrido
sobre mis sábanas- el valor de tu piel de primavera.
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