Y se instaló en sus galas
entumecidas por el tiempo. Y afinó su reloj de cuerda adjetiva. Y apuró el
borde de la copa hasta más allá de los pinceles lunáticos. Y, a la postre
-relucientes las campanas cenicientas-, se sentó al único lado de la mesa donde
aún guardaba un mendrugo de ilusión y un amasijo de sonrisa.
Feliz Año. Feliz destino.
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