Te amo mujer. Te amo sin sentirte. Sin tocarte. Sin
escucharte. Sin desvestirte. Te amo por la simple razón de que estás ahí. En el
imaginario de mis palabras. En el principio de todo. Toda tú en un espacio donde
no habito. Tus labios. Tus pechos. Tu silencio. Todo como pequeñas primaveras
esperando el tiempo de las rosas. De las lunas llenas. De los rincones
ablandados por los besos de los que aman. Tú en el lenguaje de los equívocos. De
los adioses interminables. Tú en el dibujo de las espaldas cobrizas y las
blusas abiertas. De los horizontes que tiemblan. Tú en todos los paisajes. Tan
distante. Tan ignorante de que existo. Y si embargo sonríes…
ME ACOMODÉ TANTO…
Siempre me trajiste a tu terreno. A tu espacio. A la
corriente de aire que se quedaba silente sobre tu falda. Al agua que trasegaba
por tus manos. Siempre me hiciste decir las palabras justas -¡cuántas veces
hubiese querido gastar toda mi tinta sobre la desnudez nívea de tu página…!
Hablé el lenguaje inventado que destilabas bajo la elipse de tus labios. Callé
con la palabra oculta que bautizabas bajo tus lágrimas. Y te amé… Te amé con la
locura necesaria, magnética y tibia que aprendí de los infantes. Acomodé tus
cabellos a mi forma y tu espalda a la forma de mis manos. Acomodé mis sábanas a
tu sueño y tu aliento a la brisa de un otoño… Caminé contigo como camina el
viento. O la lluvia. O el olor al perfume interminable que desciende por los montes
ya sembrados. Te amé con la locura que ciega y entristece. Con el alma de los
necios. Con la virtud del humilde. Siempre en tu terreno. Siempre al albur de
la corriente de aire que seguía durmiente sobre el paño de tu falda...
Aún hoy falta claridad en este mar por el que navego. Aún
son oscuras las aristas de los juncos y necias las palabras que se escapan. Aún
no sostengo firme el timón de mis cuartillas. Pero hoy conozco la estrella. La
estrella que señala sin equívoco el reguero lechoso de la luna y el camino al
final de la ceguera.
AQUELLAS TARDES
Yo ya la había encontrado. Como ella me había encontrado a mí. ¡ Tan juntos entonces ! ¡ Tan sinceros ¡ ¡ Tan amantes ¡ Fueron tardes como ésta
-a las que le sobra el vaho de una certidumbre que las cansa- las que desataron
lo atado. Las que hicieron del tanto un tan poco y del infinito una quimera.
Fueron tardes como ésta las que bajaron todos los estandartes de lo más alto de
los tálamos. Las que secaron ríos y desnivelaron mares –haciendo zozobrar
tantos barquitos de papel… Por eso, cuando oteo en el horizonte el plomo
anaranjado de estas tardes de verano, siempre me agarro a tu brazo inexistente,
como no queriendo saber que, hace ya muchas tardes, el destino lo llevó hacía
otro brazo tan amante como el mío.
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