Se
enjuga la tarde. Se ennegrece de tiempo y de otoño viejo. Se descama sobre un
cielo sucio de azul. Llagado de renglones pardos. A jirones, le asciende el
olor de la acera gastada. Como una estrella insignificante en el sentido
equivocado. Sólo el eco de un corro infantil abre el silencio con el tajo que
deja una navaja con cachas de plata. Y mientras… la tarde respira. Como si
fuese lo último que no olvidó hacer. Respira y jadea con su ancianidad caduca. Descansada
en las farolas púberes que escupen una luz blanca y desanimada. Es la tarde que
dejaste. Es la tarde que no tamiza el verde de tus ojos verdes. Que no bruñe el
amarillo de tu cabello incandescente. Que no calienta el ardor de tu piel
erizada. Es la tarde sin ti. Es el trozo de día que me dejaste señalado sobre
mi escritorio macilento.
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