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¿Escuchas Nano? Es el silencio. El estrecho desfiladero de los ruidos exánimes. La guarida recurrente de las bocas mudas.
Siempre he pensado que tengo mejor oído que tú para el silencio. Para descomponer sus notas desérticas en otras notas llenas de matices. Hasta te confieso (¡qué no te he confesado yo a ti, Nano!) que, en ocasiones, he llegado a darle color a esta peculiar afonía; de tal manera, que he descubierto un silencio negro -de féretro y camposantos- a la par que he descubierto silencios azules de mañanas indecisas, o silencios pardos de paisajes soñados y, cómo no, silencio verdes de primaveras intranquilas…

Y es que compañero, todos somos silencio alguna vez en la vida. Silencios largos como arroyos o redondos como charcas; escasos como suspiros o abundantes como llantos.
¿Escuchas Nano? Aún más silencio todavía... Avanza la noche y comienza el adagio de los violines castrados, de las guitarras sin cuerdas, de los flautines de corcho… Y luego, el resplandor de las sombras en las paredes que duermen…
Todo ello hasta que amanezca, Nano, y comience de nuevo el traqueteo de las partituras indomables…
Tú y yo somos un indolente silencio encadenado. Aunque maullemos, aunque conversemos, aunque rara vez gritemos. No sé si yo lo aprendí de ti o tú lo aprendiste de mí pero, ya puestos, si nos tocó ser silencio, aprovechemos la ocasión de no errar en romperlo si no es por una venturosa causa.
(Sigue mirando la nada Nano…
Yo ando entretenido en soñarla…)

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