Callado te miro, tan callado como cuando pasa el viento. Sonriente
admiro tu alegría y afligido compito tu tristeza. No soy tuyo porque te quiera,
lo soy porque me dejas quererte. Porque sabes adelantar tu labios a los míos y
así hacer de un beso la melodía atávica de la complacencia. Tú te pintas de azul
cuando necesito ver el mar y te haces parda si sueño las montañas. Eres la
primera en decir te quiero y la última en olvidarlo. Enciendes cada mañana el día
y te dejas prendida en una luz tenue para que no me asusten las noches del
invierno que frecuento. Dibujas risas en las sábanas y locuras en las lunas de los
espejos. Eres infantilmente contagiosa. Infatigablemente indispensable. Eres
quien creo que eres y nunca más voy a preguntártelo…
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