Hoy se me ha perdido el día. Me sorprendió el despertar
truculento. Miré por la ventana y, simplemente no estaba. Sólo quedaba un cielo
oscuro sin luna ni lamentos. Un cielo de ésos que puede pertenecer a cualquier
día de cualquier esfera habitada. Al seguir la mañana y encontrarme sin día en
el que emplazarme, he recurrido a la memoria para poder seguir viviendo. Y las
ventajas de recurrir a la memoria son que uno puede dibujar las cosas con la
patina que se le antojen. Así que esbocé un día verdoso como el final de tu mirada y tranquilo como la nana de un infante.
Le colgué dos estrellas altas y un sol generoso que aún me sostiene en la
templanza. Le borré el gris de la paleta de colores –como ocurre cuando te sueño-
y agregué al lienzo una fina capa de incertidumbre, porque es ésta la que me
hace seguir escribiendo... Mas ahora, cuando el mediodía inventado va perdiendo
su fuerza primigenia, me asusta que la ausencia de jornada deje mis bolsillos vacíos de poemas. Y
que las penas brunas que aquejaron la noche regresen al espacio que desocupe mi
memoria. Antes de ello buscaré en mis bolsillos infinitos, trastearé en mis
recuerdos de baúles y respiraré el polvo del trastero, porque un día, así como
así, no se puede extraviar en el litigio que mantengo con la duda.
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