¡Cómo recuerdo aquellos domingos! Domingos de jabón verde y
agua tibia. De barreño de zinc y patio de flores presumidas. De cielos rasos y
amaneces con olor a tierra.
¡Cómo recuerdo aquellos domingos! Despertares envueltos en tonadillas,
en comadreos de vecinas, en roncerías y guirnaldas de besos. Luego, el pantalón
breve, la camisa con olor a romero, los calcetines blancos, la risa sin
arcanos, la raya en medio, un cabello apelmazado de agua y dos mofletes ocurrentes.
¡Cómo los recuerdo! La misa de doce. El monaguillo estacionario
de la iglesia de San Lorenzo. La sotana enjuta. El padrenuestro. La mirada de una
chiquilla –coleta dócil y alma de ángel. El vayan ustedes en paz.
Y luego, la taberna de los plateros y la gaseosa divertida.
Un hermano pequeño colgado de la mano y del alma. Unas aceitunas gordotas con
olor a tierra y a manos de labriego. El salmorejo con su arroyuelo de aceite
cubriendo el barro de la cazuela. Los boquerones con escarcha de vinagre. Un
helado sin filigranas que terminaba en regueros de frío por el brazo.
¡Cómo recuerdo aquellos domingos! La siesta calma. Las
moscas parlanchinas. Los cromos desgatados de brincar de mano en mano. Un
abuelo alto y sobrio con un bigote hecho de líneas. Una abuela silenciosa de
tez sencilla y manos de peluche. Y mi madre de luto. ¡Cómo lloraba yo sin
lágrimas ese luto! ¡Yo quería ver a mi madre de colores! Como las gitanillas.
Como las alboradas de la sierra morena. Como los farolillos de la feria. Pero
papá se fue pronto. Muy pronto. Y madre se quedó de negro…
Y anochecían los domingos…
¡Y cómo recuerdo el anochecer de esos domingos! La casa de
la calle El Queso. Las estrellas que llovían sobre el patio. Un farol anciano y
macilento. El cielo abierto. Las flores durmiendo en los regatillos. El escalón
mordido del dormitorio. El jesusito de mi vida. Y la sábana blanda y el embozo
de colores.
Y luego el sueño… Envuelto en la avenencia que da ser niño.
Con el arrumaco de un colchón de lana. Con la brisa de una Córdoba que se
dormía conmigo. Con el alma perdida entre los algodones de la vida reciente. Y
la voz del último sereno… ¡Las diez y noche con luna…!
¡Cómo echo de menos esos domingos…!
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