A veces se vienen las lágrimas como goterones de una lluvia
desabrida, y descansas y te duermes aún con el salitre humano sobre tu rostro
–como clavado por el agua. A veces hasta imagino olitas pequeñas distinguidas
entre la negrura de los ojos y, en esa posición –casi fetal- de cabeza
flanqueada por los brazos, dejo el arroyuelo imperceptible cayendo desde el
espacio hasta una hoja paria que da lugar a un embalse de tristeza. Nunca supe
llorar bien. Creo que es un ejercicio que no aprendí de niño con la debida
suficiencia. Pues si entonces era un acto público y vocinglero, ahora lloro con
un llanto escaso y profundo, como de lágrimas mudas y vergonzosas. Pero siempre
sé que habrá un instante en que las lágrimas cesen y vuelva a ver la lluvia sin
ningún otro velo de agua -hechos náufragos ya mis ojos entre las bambalinas de
la tormenta...
Es cuando tomo la tinta y empiezo a describir el dolor con
los renglones que sobraron. Pues de todo llanto siempre queda un montoncito de poesía…
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