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BENDITO SILENCIO



Casi siempre hay silencio en mi casa. Suelo correr ventanas y puertas en busca de esa divina melodía con la que nos entendemos con el tiempo… No soy ni fui ningún melómano –lo reconozco con cierto rubor- y, si bien es cierto, que tuve noviazgos pasajeros con algunos cantautores de vidas disipadas, no puedo por menos que reconocer que hoy, lo que se dice hoy, la música no deja telarañas en las esquinas de mi estancia –probablemente  fue ella la que dejó de escucharme a mí y yo no me di cuenta…


Por cuanto he puesto sobre blanco, no es extraño que, en muchas ocasiones, sólo la cadencia que nace de percutir este teclado –al que le va apareciendo alguna que otra caries- rebota en las paredes ajadas de éste que considero mi refugio. Y por cuanto dije y escribí –percutiendo y percutiendo- es de toda lógica que, si no quiero notas ordenadas, mucho menos transijo con el ruido infernal de una calle de la que me aíslo hasta bien llegada la confusión de las sombras… He descrito a un aburrido -pensará el lector o lectora que se atragante con estas palabras- y bien puede ser cierto, pues no estamos en época en la que se aprecie a los anacoretas de medio pelo como acaba resultando ser un servidor… Ya lo dije. Adoro el silencio porque, si uno sabe entenderlo, compone las más extraordinarias melodías que ser alguno escuchó jamás. Y cuando vuelva la música, eso sí, que sea de tu mano y de tu gracia...

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