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NO HAY BROMAS EN EL CIELO



Es curioso que el anochecer no sea una suerte. Un puro azar. Que indiscriminadamente resultara que un día no apareciera y sí al siguiente, o traspasados algunos … Me resulta curioso que la mayestática jurisdicción del Universo no nos gaste este tipo de bromas. ¿No sería acaso eso mejor que la espera conocida de que el amarillo se tornará en gris y de que luego llegará el negro con sus menudas lamparillas de plata? Pero no. Está claro que el Universo no gasta bromas. Que el argumento al que está sujeto anda atado y bien atado. Que los mortales no tenemos la fortuna de desacostumbrar nuestros ojos a la inercia del tránsito de los colores.


Así lo dicho y, por lo que escasa y torpemente se ha expuesto, esta noche reniego de la constancia del tiempo. Y lo hago con la delirante certeza de que la felicidad sería más abundante en un lugar donde el azar discutiese a la costumbre. Y es que nunca olvido que, es precisamente esta rutina, la que me empuja a hacerme viejo.

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