Parar. Pensar. Respirar y seguir. Podría ser el orden cabal de
cualquier existencia. Tener además un amanecer en los bolsillos y una luna por blasón.
Una tarde de verano para cuando el frío arrecia en los nidos de los solitarios
y otra de primavera para llenarte -siempre a ti- el vientre de flores
malqueridas.
Respirar y seguir sin más equipaje que una piel algo machucha
y un corazón maltratado –que si aún anda nuevo es que se ha vivido con escasez …
Parar. A ser posible sobre una montaña infinita. Contemplando
un horizonte infinito. Y bajo un cielo con campanillas infinitas. No es éste
mal alto en el camino. El justo para servirse de un manantial de quimeras y palpar
el frescor de una brisa que olvidamos entre adoquines y cemento.
Y pensar. Como pienso cuando escribo. Como pienso cuando
hablo. Como pienso cuando me equivoco –aquí me río y más bien despienso …
Pensar en lo lejos que queda todo cuando de todo nos hemos alejado –nunca hay
una primavera sin el previo rigor del invierno …
Todo justo y desordenado. Como en este pensamiento. Impropio
porque un día así lo señalé. Propio porque lo asumo y lo siento. Como asumo y
siento que esta mañana de sábado también se anda consumiendo. Son horas las de un
reloj que puso en marcha un curioso relojero …
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