Escribo con la tarde. No en la tarde o en la atardecida. No,
yo escribo con la tarde. Yo escribo con las horas dormidas de estas tardes de
verano. Me aprovecho de ellas para robarle su pátina invisible de tinta y, con
ésta hacer las formas de mis escritos. Puedo estar horas escribiendo y
desescribiendo, como un anacoreta en una cueva con ríos de vocablos. A veces me
pierdo. Me rasco la cabeza, y me doy cuenta de que no conozco bien dónde quedaba la realidad de la vida. Y entonces me
siento intranquilo. Porque temo que un día yo también forme parte de las palabras.
Y que mi alma sea palabra. Y mi recuerdo sea palabra. Y mi corazón sea palabra. Y entonces todo se
desmorone. Porque, por muy compañeras mías que sean, las palabras necesitan ser
insufladas de una vida exterior que las ponga en guardia. Que las alinee. Que las
fuerce a caber donde aparentemente no caben.
En este retiro involuntario de mis quehaceres laborales he
construido muchos edificios de palabras. Altos y achaparrados. Egregios y
humildes. Parejos y escarpados. Todos ellos escaparon de mi corazón para
colgarse de la luna de estas páginas. Espero regresar pronto al trabajo que genera
mis haberes. Espero regresar pronto al lugar de donde vine antes de que la
enfermedad menguase mi rutina. Porque en esa rutina hay muchas palabras que estoy
perdiendo y, yo, si hay algo que ya no quiero más en esta vida, es seguir
perdiendo cosas…
Feliz tarde. feliz destino.
(Feliz mañana América)
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