Recién enciendo la palabra y me acompaña el escalofrío que
abraza tu distancia y, aun salvando tildes con escorzos excedidos, aun huyendo
de monosílabos que me recuerden el ejercicio de hacerte el amor, aun evitando
adjetivos que casen con tus ojos o sinónimos que digan de otra forma cómo podías
ser tan bella, te imagino toda tú hecha de palabras… Y es que, a fin de
cuentas, fuiste un texto exquisito que descubrí –por mi extraña dipsomanía
hacia la tinta- una noche en que la luna era estanque y el olor de lo oscuro
sabía a menta y a madera. Fuiste un verso -acaso aún menos que un verso-
escrito con la mano delicada de quien conoce el sonido hermenéutico de cada
palabra. Fuiste un reglón derecho en todos los árboles torcidos donde rasgaba
tu nombre. Palabras… Te hice de palabras y te las llevaste todas. El cofre
entero donde tenía desordenada la poesía definitiva. El tintero sudado de la tinta
imaginaria con la que se escribe el final de una novela. Me dejaste solo y sin
las vocales con las que me defiendo. Me dejaste triste y sin las consonantes
con las que ataco. Toda tú hecha de palabras… Todo yo deshecho de tu verso…
¿CÓMO TE VA?
¿Cómo te va? Y una vez bien mirado al
sujeto al que uno ha encontrado diez años después del último desencuentro, va
uno y se interpela sobre qué ha de responder a tan ajustada pregunta. ¿Cómo me
va? ¿Desde cuando he de contarle? ¿Desde hoy que usted me ve desocupado? ¿Desde
antesdeayer, cuando esa última alma que me habitó hizo las maletas y certera
dio un portazo que no hizo temblar los cuadros porque siempre fui perezoso para
colgarlos? ¿Qué es lo que realmente quiere usted saber de mí? Porque si su
interrogante se refiere sólo a un acto de cortesía, mejor callo y sigo este
camino por el que desfilaba –con disposición de hormiga- sin más
contemplaciones. Pero, amigo, si su pregunta busca esa respuesta por la que
usted desinteresadamente se interesa, me ha puesto en un considerable brete. Y
es que, vera, irme lo que se dice irme, no es que me vaya mucho, ya conoció
usted de otra época mi contumaz inmovilismo genético, pues bien, ése sigue sin
remedio. Ya le he dicho que hoy me ve usted algo haragán -normalmente tengo el
corazón en otro, el alma en un nube y las manos manchadas de palabras- mas no
sería acertado decirle que …allá voy sin
mucho más que el arrastre de la vida. Mi querido amigo, desde que usted dejó
de verme en esa colmena en la que un día compartimos reina, he sido vigía de
faro, buscador de perlas y lazarillo de pirata. He perfilado mares sin
surcarlos, montañas sin pisarlas y corazones sin amarlos. He sido amante de la
noche como sólo la noche deja a uno que la ame. Y he perdido tanto oro y ganada
tanta plata que mis caudales son tan escasos como siempre. Pero vera usted, mi
bienintencionado amigo, usted que es la bonhomía hecha persona, usted que me
tuvo por lo que nunca fui y que me tendrá por lo que nunca seré, me va a permitir hoy, en que la mañana anda
entretenida con la blancura de los zócalos, que no le haga perder el tiempo con
la oquedad de las palabras vagas, y que mejor sigamos cada uno por esta hilera
de hormigas de carne y hueso que nos puso frente a frente, porque ni a usted le
importa un carajo cómo me puede
tratar la vida, ni a mi me apetece contarle ningún verso rayado para que, al
mediodía, lo recuente usted en su santa casa.
DESTINO
El abuelo sigue arrastrando un bolero en la sangre y un arco
iris del sur en la mirada. Cuando mi vista anhela más allá de la ventana y veo
al invierno poner caperuzas de agua a las hojas de los naranjos... Cuando la
letra se resiste como lo hace la doncella al alba... Cuando este día muerde con
dientes inconsistentes, sólo me queda recordar el tango del abuelo, el mismo
tango donde la palabra volver me
insiste en lo necesario: hacerlo con la frente encadenada a la palabra y al
verso. La única manera de seguir envejeciendo con el olvido necesario de que, mis
ojos de niño, se cerraron para siempre en una encarnizada amanecida.
CONSUELO...
No sé llevar tu música. Ni el jugueteo de tus zapatos en la
lluvia. Desconozco el rango de tu soledad y el tono gradual de tu silencio. Siempre fui
bailarín torpe y oráculo escaso, mas sequé las lágrimas más difíciles y escuché – entrelazadas las manos y serenos los destinos- los lamentos más insondables. Conozco
lo más oscuro de la noche porque es el balcón de mi recreo, y soy sabio en puntear
cada estrella y las penas que en ellas se han de colgar para el destierro. He
sido peregrino de caminos por compartir las espinas de los zarzales, y guardián
del canto de los pájaros para entregarlo luego en cajitas plateadas. He sido más
compañero que acompañante y más cantarín que músico. Más fuerte que forzudo y más
enamorado que amante. Te puedo sorprender en cualquier esquina con la nariz
roja de un payaso y trepar a tu imaginación alzado por mil globos de colores. Sonríe, niña-compañera, recuérdale a esta noche
la claridad de tu mirada. No merece tu llanto la gran golosina que es la vida. Dame
pues tu mano y bailemos -con mi torpeza ineludible- el último bolero del
invierno, que de ése sí me conozco los pasos y las notas suspendidas en el
aire.
LA CARTA
Al final, con el acto concluso, indicar la fecha. Redondear
bien las últimas cifras del año y firmar como si fuese la rúbrica más solemne
que has estampado en tu existencia. Al poco, y una vez la tinta calma, doblar los
pliegos en un ejercicio eremita al que seguirá la entrada serena en el sobre
apaisado y níveo. Y tras el franqueo administrativo, caminar no más de cinco a
seis cuadras (permítaseme por estética el giro porteño) sosteniendo el interior
del gabán como, si en un truco de magia, alguien pudiese robar la quimérica pertenencia.
Y una vez resuelto el recorrido encontrar allá, en la lejanía cotidiana, la
esquina cierta en la que lleva tantos años el buzón quieto y achaparrado con
cierto aire marcial. Entonces la mirada distraída a izquierda y derecha, como
si el contenido de la epístola fuese intrigado por algún transeúnte curioso. Y
al fin, el ejercicio mayestático, el deslizar suave, el acompañamiento con la
palma de la mano hasta el fondo de la boca cerrajera…
Adiós palabras, adiós… Sería
imposible ahora devolveros a mi tintero. Todo lo escrito, escrito está. Todo lo
descubierto bajo la mansedumbre de la luz del flexo ya anda en un secreto viaje
hacia el lugar inequívocamente señalado. ¡Cuántos te quiero han roto el cielo con su vuelo saetero y apasionado! ¡Cuántos
lo siento han perpetrado nubes y arco
iris! ¡Cuántas interrogantes han galopado a lomos del unicornio que forjé con
el vaho de mis sueños! Mis cartas. Mis epístolas enardecidas. Mis surcos de
tinta sólida y prensada. ¡Mis lazarillos de papel! ¡Cuántas veces habéis partido
y que pocas regresado!
CON TU RECUERDO...
Esta tarde me he acordado de ti. Siempre lo hago cuando cae
una lluvia diminuta que lame los paraguas cochambrosos. Será, porque casi en su
ausencia, me recuerda la voz con la que amabas. La tarde es escasa, pero el
silencio es amplio como una llanura desierta de redondeles de tinta. Sigo
buscando el aliento por el que llegaba a tu boca. Sigo viendo abuelos en los
parques y escuchando la serenata que los pájaros urbanos vuelcan en los balcones
de los árboles. Se me han escondido las palabras y no hay chiquillas que
rasgueen con sus pasos la vieja guitarra que siempre aparece en mi paisaje. Marzo
se ha caído ya del viejo abrigo de algún dios borracho. El mismo Marzo que
presume siempre de azules y gitanillas. El mismo Marzo que bordará tu blusa blanca
y se enredará con sol de cíngaro entre tus pechos pequeños.
Mientras todo ocurre, yo me he ausentado un tiempo. Me
distraje pensando en algo en que pensar. Ultimando un verso. Viajando entre mi
trabajo y mis aposentos. Demasiado callado. Como esta lluvia. Como tu recuerdo
que otra vez aflora sin que haya ningún marzo por el que espere el regreso de
tu primavera.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)