EL DESAMOR DE UNA OLA
No llores. No anheles el agua cuando aún tienes en las manos el olor de su salitre. Todo es tan sencillo como volver a esperar. Porque yo ya aprendí que toda ola vuelve. Porque toda ola conoce la sinfonía de su rito. La ceremonia de hacerse y rondar sobre sí misma. De deshacerse de nuevo sobre el tamiz de la misma arena -el lugar donde lo infinito es innecesario. Deja de llorar pues y prepara de nuevas el camino. Siéntate frente al mar que ahora te confunde. Fijando siempre tu mirada en ese horizonte que aún palpita. En ese reguero de luz que, desde lejos –desde tan incalculablemente lejos- acabará desfalleciendo sin remedio en tus pies descalzos. Y sólo cuando la luna alcance el vientre de tus sueños. Sólo cuando tú –oscura de ti misma- te reconozcas sin luz ni guía. Sólo entonces comprenderás –con el sabor a sal otra vez en tus labios- que también fue inevitable que, aquella última ola que lloraste, sólo dejase su rastro en la espuma salada de aquello que marchó y que tú creíste para siempre…
TENGO
Tengo esta noche niña sangre de luna clara, para descorrer
tus visillos y poder entintar tu cama. Así que he dejado el alma en el tejado
de tu casa… Y una rosa hecha de versos en el alfeizar de tu ventana… Y mañana a
la mañana cuando la mañana ya sea clara, te voy a traer tres soles sobre una
bandeja blanca.
CUANDO SÓLO QUEDA LA NOCHE
Ahora, cuando sólo queda la noche y la melodía asombrosa de
las sombras se pasea por este techo que me abriga… Cuando apenas juzgo lo que escribo
por ser esto cosa de magos y no ser la magia disciplina que descifre … Cuando de
la acera se evapora la calor que la tuvo inquieta –como arroyo- toda la tarde.
Es momento de arrancar un silencio del árbol del que cuelgan todos los nombres
y todas las formas y escribir el tuyo con las letras diminutas que me presta la
inconmensurable condena de mi fortuna.
Feliz noche. Feliz Destino.
INVENTANDO SILUETAS
Hoy te quería inventar. Discreta y mágica. Como engendrada
en un atardecer de otoño. Con unas manos como pequeños solecitos y una mirada
del color de una mar con una luna flotando… Te quería inventar para que
estuvieses. Acá. Donde los silencios se rompen en este acantilado abrupto y solitario.
Y por eso te hice un verso. Para ver si te inventaba sin maldad y sin espada. Sin
ser ni alta, ni ancha ni estrecha, sin ser ni tan siquiera, baja… Hoy te quería inventar
y no sabía si poner un lunar en tu cara... Si dejarte crecer el pelo como una yedra
que hablara… Si hacer tu voz más grave o dejar tu boca blanca… Hoy te quería
inventar… Pero no tengo palabras…
MAYO
Se sigue desgajando Mayo entre gitanillas y sampedros, entre
buganvillas y clavelinas, entre naranjos y limoneros -como
una flor que huele a todo como si todo llevase dentro. Tiene este Mayo que me
ocupa noches escasas de luna con un trajecito de lunares. Amaneceres amplios,
como hechos para dibujar sobre ellos. Atardeceres de soles aplastados sobre el
albero de una plaza. Ribera amante. Río manso. Agua clara. Ojos negros.
Mayo es siempre imperioso en ésta, mi tierra. Un Mayo que se
revienta de colores sobre la cal de un patio viejo. Que acude al lunar de tu
cara con la intención de un beso duende. Que se pasea por el brocal del pozo
donde arrojé tu último te quiero. Mayo de palmas y rasgueos. De talles que se
curvan sobre las tablas que hacen los gitanos añejos. De Corredera y San
Lorenzo. De San Basilio y Las Tendillas. Calles que, como arroyos, susurran el misterio
de un agua hecha de plata y azahares. Porque es Mayo plata acuñada en la fragua
de tus ojos. Gitano y recio. Cintura entre mis manos y, a lo lejos, las palomas
de Alberti buscando el rincón prohibido de tu templo.
AL-ZAHRA
Abd al-Rahman III
Primer Califa omeya de Córdoba
Madinat al-Zahra
Ciudad palatina de extraordinaria
belleza mandada a construir por
el anterior,
según la leyenda, en honor a su favorita Al-Zahra.
Mi amada Al-Zahra, mi favorita, mi serenidad:
Desprendido ya del lastre de mi cuerpo, habito ahora en otra
patria, donde no necesito fatuos ropajes ni afeites excesivos. Yo, Abd
al-Rahman III primer Califa de Al-Andalus. Aquél que se proclamó sucesor de
Mahoma –el sello del profeta-. Yo, Al-Nasir, ante el que fijaron rodilla
reyes hispánicos destronados, embajadores de Germania, portadores de auxilios de todos los confines de la tierra.
Ahora camino solo –sin cuerpo de guardia que me custodie ni visir que me
asesore. Ahora camino solo y solo peregrino -sin dicha lenitiva- por ésta que
fue tu Madinat, la ciudad que hice levantar para ti, mi bella y noble Al-Zahra.
¿Dónde andan tus ojos verdes -aquellos que hacían temer en su resplandor al
limonero? ¿Dónde habitan tus manos hacedoras
de caricias, tus labios que trocaban amargo el sabor de la fresa? ¿Por qué
caprichoso designio el Profeta me apartó de ti? Lo desafié, sí. Pero por tu
dicha y por la mía. Porque quise ser grande para que tú fueras grande. Fue una
Ciudad, la Ciudad
de Azahara –que así le decían los cristianos- pudo ser un universo...
Vago receloso y vacuo por cada espacio de su muralla de
tinieblas. Por cada rincón de sus piedras que son ahora, como yo, túmulos de
ruinas abandonadas. Ya no queda nada del Salón Rico, ni de la Mezquita que te hice para
que rezaras –o quizá para que te rezaran
a ti los dioses. Apenas queda nada de los terciopelos colosales, ni de los
mosaicos hechos de millares y millares de fragmentos. Al-Zahra –mí alma, mi aliento-
tú eras la esencia que le daba sentido al espacio gigantesco. Aún te recuerdo –en
mis noches de infinita vigilia- recostada en el tálamo -hecha hembra- despojada
de las ropas que cosían en oro tus esclavas. Te recuerdo tomando tu vientre con
mi mano mientras miraba –con pudor de infante- la candidez de tus ojos libres.
Sí, yo, Abd al-Rahman, el poderoso, sufría la vergüenza de mirarte. En nuestros
aposentos eras tú la reina. Te construí una ciudad y te hubiese traído el mar
hasta su puerta si me lo hubieses pedido. ¿Puede estar un hombre más enamorado?
Ahora, cuando me apoyo incorpóreo en este naranjo viejo –superviviente como yo de aquellos jardines
califales-, recuerdo tu espalda desnuda bañada por el agua de las albercas. Te
hice traer peces de todos los colores. De todos los mares del mundo ¿Lo
recuerdas? Pero, en el agua, no había más rival para el bravío sol dorado que
el color miel de tus pechos -más fulgurante que el flamear de los estaños de
todas mis fuentes. Cuando ahora me acerco a la Aljama , esperando que mi
último rezo sea escuchado y que, alguien me traiga tu perfume, sólo sé llorar.
Los espíritus tienen prohibido rezar –me ha dicho alguien. Por eso sólo lloro y
las lágrimas tamizan tu ciudad empapada de polvo y arena. Lloro como un niño Al-Zahra.
Como un niño llora por no alcanzar a su luna inabarcable, a la estrella que
titila a la nube que se envuelve…
¿Recuerdas aquella visita del embajador de los fatimíes?
Altivo -como eran todos ellos. Acertado en sus palabras y sus atuendos. Sólo
cuando tú apareciste en el Salón Rico y, bañaste todo él con tu mirada, bajó la
cabeza –como un animal herido por tu hermosura.
Mi favorita, mi ser, ahora sé que eres la única forma que he
amado, debería de haberte hecho pintar por todos los artistas de Palacio aún a
costa de las leyes prohibidas. Sería hoy tu imagen compañera de este peregrino
fantasmal. Pero ya sólo habitas en el dolor de mi memoria.
Seguiré caminando Al-Zahra por esta Madinat. Condenado
eternamente a ser sólo acompañante del recuerdo de tus sabores, visionario perpetuo
de tu reflejo imborrable. Seguiré la dicha del naranjo cuajado de azahar en
primavera y helado de silencios en el invierno. Gastaré la sombra que hoy erosiono
en cada rincón de estas ruinas y, si el Profeta me perdona, quién sabe, si un
día –florecida entera la Ciudad
de albahaca y romero- aparezca tu espíritu indomable -siempre amado- por las
faldas de esta Sierra que llaman Morena.
(Carta de amor ganadora V Certamen Pablo Neruda)
SOY EN TI
Soy estrechito para amarte. Estrechito y cauto, como un
arroyuelo de montaña. Soy complicado para amarte. Complicado y anchuroso como
la mar áspera. Soy mentiroso para amarte. Mentiroso y manso, como un poema escrito
en la noche. Soy palabras y palabras. Soy silencios y silencios. Montañas de
nada convertidas en siluetas de todo. Soy la corteza en el árbol llagado de
corazones. La sombra que deja el invierno tras la tormenta que se olvida. El
silencio…
Soy pequeño para amarte. Pequeño y convexo. Como el declive
de este poema clandestino que me gustaría enredar bajo la sombra de tu falda.
TE FUISTE SIN QUERER
Adiós amiga. Has sido una compañera efímera. Como mi
sonrisa. Como el tallo de un diente de león. Te has despedido con un postrero
maullido silente, solemne… Hasta última hora trataste de llegar a mi regazo –el
mismo que tomaste como cuna precisa durante cuatro infinitos días. Pero el titubeo
de tus patitas era ciclópeo para tus apenas dos meses de párvula vida. No querías
irte. Lo sé. Me lo decían tus ojos negros, pequeñitos como almendras pequeñitas.
Me lo decían tus zarpitas con uñas de juguete –las que aun así han dejado algún
tatuaje divino en mis brazos de remero de ilusiones. Me lo decía el sol al que
te tumbaste –ya enferma- esta misma mañana tratando de robar a la vida lo que
la vida al final no quiso darte. He estado contigo hasta que pude y has estado
conmigo hasta el fin. Como dos náufragos sobre la misma tablilla de madera. Sólo
espero que ahora andes gateando por la escalera de raspas que llevan al cielo
diminuto donde las nubes saben a pescado, mientras sigues en mi regazo
imaginario como la última compañera que más sonrisas me ha robado. Hasta
siempre, amiga, hasta siempre.
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