Abd al-Rahman III
Primer Califa omeya de Córdoba
Madinat al-Zahra
Ciudad palatina de extraordinaria
belleza mandada a construir por
el anterior,
según la leyenda, en honor a su favorita Al-Zahra.
Mi amada Al-Zahra, mi favorita, mi serenidad:
Desprendido ya del lastre de mi cuerpo, habito ahora en otra
patria, donde no necesito fatuos ropajes ni afeites excesivos. Yo, Abd
al-Rahman III primer Califa de Al-Andalus. Aquél que se proclamó sucesor de
Mahoma –el sello del profeta-. Yo, Al-Nasir, ante el que fijaron rodilla
reyes hispánicos destronados, embajadores de Germania, portadores de auxilios de todos los confines de la tierra.
Ahora camino solo –sin cuerpo de guardia que me custodie ni visir que me
asesore. Ahora camino solo y solo peregrino -sin dicha lenitiva- por ésta que
fue tu Madinat, la ciudad que hice levantar para ti, mi bella y noble Al-Zahra.
¿Dónde andan tus ojos verdes -aquellos que hacían temer en su resplandor al
limonero? ¿Dónde habitan tus manos hacedoras
de caricias, tus labios que trocaban amargo el sabor de la fresa? ¿Por qué
caprichoso designio el Profeta me apartó de ti? Lo desafié, sí. Pero por tu
dicha y por la mía. Porque quise ser grande para que tú fueras grande. Fue una
Ciudad, la Ciudad
de Azahara –que así le decían los cristianos- pudo ser un universo...
Vago receloso y vacuo por cada espacio de su muralla de
tinieblas. Por cada rincón de sus piedras que son ahora, como yo, túmulos de
ruinas abandonadas. Ya no queda nada del Salón Rico, ni de la Mezquita que te hice para
que rezaras –o quizá para que te rezaran
a ti los dioses. Apenas queda nada de los terciopelos colosales, ni de los
mosaicos hechos de millares y millares de fragmentos. Al-Zahra –mí alma, mi aliento-
tú eras la esencia que le daba sentido al espacio gigantesco. Aún te recuerdo –en
mis noches de infinita vigilia- recostada en el tálamo -hecha hembra- despojada
de las ropas que cosían en oro tus esclavas. Te recuerdo tomando tu vientre con
mi mano mientras miraba –con pudor de infante- la candidez de tus ojos libres.
Sí, yo, Abd al-Rahman, el poderoso, sufría la vergüenza de mirarte. En nuestros
aposentos eras tú la reina. Te construí una ciudad y te hubiese traído el mar
hasta su puerta si me lo hubieses pedido. ¿Puede estar un hombre más enamorado?
Ahora, cuando me apoyo incorpóreo en este naranjo viejo –superviviente como yo de aquellos jardines
califales-, recuerdo tu espalda desnuda bañada por el agua de las albercas. Te
hice traer peces de todos los colores. De todos los mares del mundo ¿Lo
recuerdas? Pero, en el agua, no había más rival para el bravío sol dorado que
el color miel de tus pechos -más fulgurante que el flamear de los estaños de
todas mis fuentes. Cuando ahora me acerco a la Aljama , esperando que mi
último rezo sea escuchado y que, alguien me traiga tu perfume, sólo sé llorar.
Los espíritus tienen prohibido rezar –me ha dicho alguien. Por eso sólo lloro y
las lágrimas tamizan tu ciudad empapada de polvo y arena. Lloro como un niño Al-Zahra.
Como un niño llora por no alcanzar a su luna inabarcable, a la estrella que
titila a la nube que se envuelve…
¿Recuerdas aquella visita del embajador de los fatimíes?
Altivo -como eran todos ellos. Acertado en sus palabras y sus atuendos. Sólo
cuando tú apareciste en el Salón Rico y, bañaste todo él con tu mirada, bajó la
cabeza –como un animal herido por tu hermosura.
Mi favorita, mi ser, ahora sé que eres la única forma que he
amado, debería de haberte hecho pintar por todos los artistas de Palacio aún a
costa de las leyes prohibidas. Sería hoy tu imagen compañera de este peregrino
fantasmal. Pero ya sólo habitas en el dolor de mi memoria.
Seguiré caminando Al-Zahra por esta Madinat. Condenado
eternamente a ser sólo acompañante del recuerdo de tus sabores, visionario perpetuo
de tu reflejo imborrable. Seguiré la dicha del naranjo cuajado de azahar en
primavera y helado de silencios en el invierno. Gastaré la sombra que hoy erosiono
en cada rincón de estas ruinas y, si el Profeta me perdona, quién sabe, si un
día –florecida entera la Ciudad
de albahaca y romero- aparezca tu espíritu indomable -siempre amado- por las
faldas de esta Sierra que llaman Morena.
(Carta de amor ganadora V Certamen Pablo Neruda)
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