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EL DESAMOR DE UNA OLA




No llores. No anheles el agua cuando aún tienes en las manos el olor de su salitre. Todo es tan sencillo como volver a esperar. Porque yo ya aprendí que toda ola vuelve. Porque toda ola conoce la sinfonía de su rito. La ceremonia de hacerse y rondar sobre sí misma. De deshacerse de nuevo sobre el tamiz de la misma arena -el lugar donde lo infinito es innecesario. Deja de llorar pues y prepara de nuevas el camino. Siéntate frente al mar que ahora te confunde. Fijando siempre tu mirada en ese horizonte que aún palpita. En ese reguero de luz que, desde lejos –desde tan incalculablemente lejos- acabará desfalleciendo sin remedio en tus pies descalzos. Y sólo cuando la luna alcance el vientre de tus sueños. Sólo cuando tú –oscura de ti misma- te reconozcas sin luz ni guía. Sólo entonces comprenderás –con el sabor a sal otra vez en tus labios- que también fue inevitable que, aquella última ola que lloraste, sólo dejase su rastro en la espuma salada de aquello que marchó y que tú creíste para siempre…     

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