Adiós amiga. Has sido una compañera efímera. Como mi
sonrisa. Como el tallo de un diente de león. Te has despedido con un postrero
maullido silente, solemne… Hasta última hora trataste de llegar a mi regazo –el
mismo que tomaste como cuna precisa durante cuatro infinitos días. Pero el titubeo
de tus patitas era ciclópeo para tus apenas dos meses de párvula vida. No querías
irte. Lo sé. Me lo decían tus ojos negros, pequeñitos como almendras pequeñitas.
Me lo decían tus zarpitas con uñas de juguete –las que aun así han dejado algún
tatuaje divino en mis brazos de remero de ilusiones. Me lo decía el sol al que
te tumbaste –ya enferma- esta misma mañana tratando de robar a la vida lo que
la vida al final no quiso darte. He estado contigo hasta que pude y has estado
conmigo hasta el fin. Como dos náufragos sobre la misma tablilla de madera. Sólo
espero que ahora andes gateando por la escalera de raspas que llevan al cielo
diminuto donde las nubes saben a pescado, mientras sigues en mi regazo
imaginario como la última compañera que más sonrisas me ha robado. Hasta
siempre, amiga, hasta siempre.
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