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PREGÚNTEME MAÑANA



Estoy hastiado. Harto que se diría. Harto de que me digan qué he querido decir con algo que he escrito. ¿Y qué querías decir con esta poesía? Vaya pregunta recurrente para quien no ha entendido nada. ¿Verdad que a usted también se la han hecho? ¡Vaya usted a saber qué quise decir! ¡Yo¡ ¡Que la escribir ayer! O antesdeayer. Que no sé quién soy hoy. Y se pretende que sepa a qué jugué con la rima y con el ritmo en algo que ya me es pretérito. No sé, señor o señora –que según el caso, así contesto-, no sé qué quise decir. Tal vez que la amaba y usted sigue en la inopia. Tal vez que se alejara y usted sigue aquí -incordiando como una pasajera con un jaulón en un autobús lleno de gente. Tal vez quise decir que no sabía qué decir y usted creyó –en su carencia- que yo estaba diciendo algo. ¿Qué quise decir ayer? ¡Hay tantas veces en que yo quisiera saberlo!  Es especialmente acuciante cuando uno ha tomado una copa de vino viejo –o dos o tres, a veces hasta cinco- justo en ese momento previo en que uno prepara los folios cándidos y calienta los dedos para escribir. Según entra el vino va saliendo la letra. La botella se acaba y se acaba el poema. El vino no vuelve a la botella. Pero se pretende que la letra vuelva a mi conciencia. Pero ¿cómo se puede pretender tal locura? ¡Yo ya la dejé!  Tómela –señor o señora. Usted que me pregunta. Se la regalo. Es un presente. Para usted que me cayó bien o todo lo contrario. Cómasela. Macháquela. Disfrútela. Písela. Enmárquela. Yo no la escribí para que usted me preguntara. La escribí para que usted la tomara. Para que la hiciera ya más suya que mía. Simplemente para eso. Y además, yo ya no soy el que la escribió. Que ése murió ayer. O anda borracho. O cuerdo o loco. ¡Vaya usted a saber! Yo soy el que ahora va a escribir para que, mañana, usted me pregunte qué he querido decir.

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