La lluvia y tú tenéis un algo de acostumbrado y benévolo. Un
sosegado desfile de minúsculas esencias, de olores nobles y de soledades de
madera. La lluvia y tú aparecéis como sólo lo hacen los seres que me inquietan –callados
e inapelables. Ambos tenéis un sonido inconfundible, un despertar con sabor a
yerba y una pincelada que conmueve. Cuando anochece, tenéis la virtud de
camuflaros entre las sombras de mi infancia, y dejáis sólo los ecos para que
mañana los repitan de memoria los humildes gorriones. Sois el silencio dentro
de una manzana, la caricia en el envés de una hoja, el llanto en el interior de
un desván. Sois enigmáticos y dóciles pero, en esa humildad, os alzáis
inalcanzables como sólo lo hacen los seres que roban los anhelos.
Hoy llueve y me conmueve la visión de la tierra agrietada
por los arroyos diminutos, como me conmueve tu estampa de mariposa de otoño. Niña
de lluvia, ¡hasta en las gotas de agua te recuerdo!
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