No hay olores en esta tarde. No huele a lluvia. No huele a
árboles. No huele a ti ni a tu rival. No huele aún a frío. Y mi mesa es un
paisaje maltrecho de memorias. Una marisma de libros por abrir y por rozar. No
me gustan las tardes sin olor porque todas acaban oliendo a miseria. Al perverso
recuerdo de que la soledad es camarada de trinchera. Prefiero que las tardes
huelan, aunque sea a lágrimas o a sábanas penitentes. Que traigan motines de
olores entre el aire que se mueve. Lamentarme de perfumes. Tener que escapar
del incienso o la canela. Dicen que esta ausencia traerá rosarios de lluvias.
Yo los espero. Sin el chubasquero que me prestaste en la última desbandada de
los emigrantes voladores. Ausente y viejo. Un poco más viejo sin olores. Un
poco más ausente sin memoria.
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