La mañana lame los raíles -aún fríos- del día, teniendo por cierta la
estación del sábado…
Abajo –casi hundido en la calle- un hombre que algún día debió
de ser joven vende ajos como el que vendiera diamantes o rubíes. Son ajos
comunes, policéfalos y simples, pero él los vocifera con suficiencia, como si su
común mercancía fuese imprescindible para el viandante. A euro la bolsa, niña, que son de Montalbán –dice. Y queda orgulloso de tan comedido
precio y tan preciado origen…
Junto a él, una mujer a la que falta vida en la cara y
sobran kilos en una cintura pantagruélica, vende caracoles casi por toneladas. Son
caracoles pequeños –que pareciera que no les dio tiempo a crecer. Caracoles que
se retuercen sobre su propia espiral hasta la profundidad de su escasa carne
gelatinosa.
Cercano –pues aquí no caben distancias en exceso- y sobre un
cajón que, bocabajo puede dar mucho de si, un chavalín agitanado y recio
pregona romero y tomillo. Las esencias tenaces de la Sierra. Como buen pícaro lleva
un roto en el calzón y –como chamán urbano- sacude el aroma de las plantas sobre
el paso despistado de todo fulano que se le acerca.
Al fin -pues era preciso-, un puesto de flores -que cualquiera diría, por su
supervivencia, fue hecho con maderas de barco- se desvencija en la esquina más privilegiada
del espacio. Son flores tristes -¿hay cosa más triste que una flor triste?- envueltas
en tinta de periódicos atrasados. Flores de colores rutinarios que llaman en
ramilletes al amante de bolsillos desfondados.
Son todas ellas las mercancías que sobreviven fuera del
mercado municipal. Las que se establecen sin cánones pecuniarios ni reglas
administrativas. Las que escapan al guardia, porque el guardia sabe que sólo se
venden para llenar escasamente algún puchero de más allá de la plaza que llaman
de La Corredera.
Son las mercancías que diviso cada sábado desde mi balcón. Desde
este balcón al que tanto falta y que tanto tiene. Este lugar donde también, en
ocasiones, cuando la vida aprieta, se pregona la venta del alma de
quien las observa y las recita…
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