Hay domingos en que, cuando los tabiques que me techan se
lamentan sin razones, marcho a mi parque amigo y conurbano y, en el banco al
que llagué con aquellas iniciales, me quedo -sentado e impropio- en un hospedaje tibio junto al último
aleteo de las hojas que imitan a la muerte.
Es una serenidad imperfecta la que me evoca el verlas tan agónicamente
pardas, tan agrietadas, tan rígidas -como pequeños féretros desordenados en un
camposanto de huellas indolentes.
A la hora de la tarde el paisaje se vuelve aún más solemne
y, detenidos los columpios con el peso de la nada es, su mínimo mecer, el único
movimiento en ese mar de albero, flemas y colillas que dejaron los feligreses sordos
de la domínica admonitoria.
Viendo como abajo -a ras de sendero y sueños- se expande el
hado de la parca, extraña la ausencia de sollozos espontáneos si alzamos el
horizonte, y vemos a las madereras colonias de las que fueron hojas y parte, indiferentemente
engalanadas con sus verdes uniformes -rodeadas de gorriones aburridos cavando
sus trincheras-.
A la mitad circular de mis pensamientos, le hace secante un
impúber -de pelo ralo- que, tomando un pámpano inconsciente de su muerte, lo convierte
en cometa por un instante, hasta que se le hace cenizas al borde de la frágil aventura.
Cómo me lastima entonces ese definitivo desenlace de la
nada, de la tierra en la tierra, pues a alguna hojuela -doy por seguro- la vi
ser amago de flor en algún mayo y, posiblemente, ejercicio de verso en alguno
de mis cuadernos.
Sólo cuando se avienen las sombras enormes que anuncia noche
por el este y distingo, sobre sus nervios arrugados, el perfil ya silente de la
luna, es cuando recojo -del banco y de su llaga- el todo y la nada que, otrora,
desprendí de mi fardel y mis bolsillos.
Y, sin más responso que el silencio de quien vuelve, deshago
el trecho que me llevó hasta el paisaje, pensando, que si alguna vez soy hoja, no
pondré empeño por nacer en lo más alto de la espiga, pues no hay nobleza que no
acabe frente a los ojos -sin brillo- de los insectos enterradores.