Aún, de vez en cuando, me detengo en ti y en ese recuerdo
que trasiega por la buhardilla de mi memoria...
¿De dónde dijiste que venías?
Recuerdo la noche -el cielo de gala-, el restaurante que
olía a marisco de tierra, la mesa en la esquina, el mantel azulado, tu risa de hada,
el tinto en las copas, la peca en tu labio, y aquél acordeón que se empeñó en arrugarse
entre las notas de Ojos verdes…
¡Qué pronto marchamos de tanto atrezzo!
Pero ¿de dónde dijiste que venías?
Recuerdo las sábanas -lunares y negro-, la nube de tu
vientre, la ola de tu espalda; la espiral de tu pelo, la elipse en tus muslos, el
círculo en tus pechos; el brocal de tu osadía…
Pero ¿de dónde dijiste que venías?
Recuerdo la mañana. La habitación deshecha. La mermelada en
tu nariz. La niebla del café. Mi dolor de cabeza. La ducha interminable -otra
vez tu cintura-. El albornoz blasonado. La excéntrica melodía del teléfono. Tu voz
cantarina -“ya voy, no me demoro…”-.
Recuerdo tu beso en mi pecho y mi adiós en tu costado, pero
sigo sin recordar de qué lugar venías.
Y cuando hoy lo pienso y lo murmuro -interrogada mi memoria
entre tu risa- más convencido me hallo de que, aún existen ángeles que marchan –sin
dejar rastro-, confundidos para siempre entre los evangelios de los sueños…
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Ilustración: “Mujer desayunando”
Lienzo de Guillermo Gonzalo Padilla (Argentina)
© Todos los derechos reservados
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