Está la noche oscura y recogida –como el velo en el cabello de
una viuda de guerra-. Borrascas de silencios vibran más allá de los astros que
se absorben, donde un enano que construye sueños, remueve en el vacío los ecos de
una espera que acabó siendo cenizas.
Es mi noche y son míos los andenes descalzos de todas las
estaciones. Y son míos los relojes infartados, y las máquinas sin garruchas, y las
dentaduras sin boca, y los lobos que aúllan –en versos- a la mitad podrida de
la luna.
No escucho, no murmuro, no sueño, no compongo nanas para los
niños que duermen en el útero de las aceras y, en mi escudilla de barro, por
toda mascada, la sombra quieta que hace nido en las campanas de mis ojos.
¡Qué fiel es soledad de la noche! ¡Qué cierta! ¡Qué astuta! Cómo
alza –hasta el negro- tu recuerdo, para que no le alcance el pincel de mis
palabras…
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