Sigues empeñada en amarrar en mi puerto. A pesar de mi
advertencias y de lo que diga tu horóscopo… Hasta esa señora bisoja que, por
las noches se disfraza de oráculo, te avisó: “Veo un puerto, pero muy, muy lejano, en el centro de un mar infernalmente
proceloso…”
Tú dijiste que era el mío y, desde entonces no hay quien te lo
saque de tu linda cabecita…
Ya me avisaron de tu sangre de corsaria…
Y yo ya supe de la ruta de tu piel interminable…
Mas yo, que te sigo advirtiendo…
Y tú que sigues empeñada…
¿Conoces acaso cuánta oscuridad cabe bajo el lodo de mis
neblinas? ¿Qué sabes de la enfermedad del silencio que contagia el ácaro de las
olas? ¿Te ha devorado alguna vez la tristeza hasta llegar al invierno de tu
vientre?
¡No, no te tapes los oídos! ¡Ahora es cuando quiero ver tus
agallas de corsaria!
Y sigo… Y no ceso de advertirte…
…Aquí no se detienen los hombres ni las aves. Y paso
primaveras sin besar un solo pétalo. Y no tienen los otoños la virtud de sus
dorados…
¿Sigues pensando que tienes hueco en esta locura?
Y callas, y lloras, y sorbes los mocos y asientes con la
cabeza y el aliento.
Y yo, que me he vuelto más pirata desde que descubrí el tatuaje en la esquina de tu nalga, acerco -con intención incierta- mi barca
interrogante a tu orilla de arena adolescente...
¿Levamos ancla, mi capitán? -me has dicho, ya con una
sonrisa...
¡Mar adentro! -he gritado, mientras veo tu cara reflejada en
la hoja de mi garfio...
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