Vienen estos días de Agosto apagando con premura las tardes,
como si sus fareros de cal anduviesen fatigosos, como si sus tesoreros de luz
se hubiesen vuelto más avaros, como si los visillos incalculables -que desvelan
la canícula- se entornasen ante el miedo de una luna cegadora.
Se hacen así los días más ásperos, escasos de tinturas y
reflejos, ausentes de razones y sonrisas, como pardos lobos que trastean en los
osarios de las Sierras…
Son tardes que lastiman la probidad de los solitarios, de
los marineros sin sirenas, de las mocitas sin novio, de las abuelas sin
rosario, de los poetas sin renglones y de los trovadores sin garganta.
Dicen, además, que llegarán tormentas secas, ruidos ominosos
de sátiros que juegan a los dados, pléyades talladas en los cauces de los
arroyos infecundos, molinillos de aspas transparentes y vientos diminutos en la
memoria de las piedras.
Pero yo quiero que vuelvan antes los pintores inconscientes,
los azules de mi ventana, mis gorriones aburridos, el estandarte blanco de tu
risa, tu vientre laureado, tu cabello hasta tu hombro y, por qué no, aquella
saliva hecha beso, en las amargas cortezas de mis manos y mi espalda.
Porque no te quiero gris Agosto, porque así yo no te quiero…
Imagen: “Flor desmayada” (Dibujo de Francisco Pérez Soto
–México-)
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