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LA ESTAMPA DEL SAXO Y EL MÚSICO




Aquí,  en la ciudad de Córdoba, al lado de lo que fuera el coso de la antigua plaza de toros de Los Tejares, hay un saxo que busca orquesta. Lo dice con claridad meridiana un cartón, escrito con una letra manual y torpe. Tiene el saxo a sus píes siete monedas de cobre que brillan los días de sol y que se confunden con dinares los días más velados. Al saxo le tientan unas manos viejas y perezosas, aturdidas y arrítmicas. Es un saxo pobre, que pareciera que tiene una sola escala. Es un saxo que acompaña la premura de la gente que lo esquiva, con melodías de Machín y adagios de músicos nobles que escribieran partituras infinitas. No es un saxo brillante y, seguramente, nunca encontrará orquesta pero, de vez en cuando, en el tiempo del semáforo que estanca los coches a su vera, me detengo junto a sus notas y, entonces, tras el saxo, descubro la cara agotada de un músico descompuesto escapado de una pensión de tercera. Es esta la pequeña estampa del saxo y del músico    –que pareciera que nunca fueron compañeros. La estampa de dos bohemios cortos de alas y de brillo. De dos soñadores que llegaron tarde a todos sus sueños. De dos instrumentos que cada día dejan colgadas las mismas notas en un último homenaje a su propia resistencia.

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