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SIN MÁS PALABRAS…



Hay veces en que uno queda demudado ante la página, inmóvil, semejante a una estatua de sal. Se congela la mano y la tinta se vuelve marmórea. Parece que el tiempo minúsculo –ese que custodia a las musas más pequeñas- se ha parado como un tren antiguo en una estación antigua. Es el momento donde la desesperanza se impone a la espera. Y uno siente brotar en su mente las mismas palabras cansinas de ayer. Y el corazón disminuye sus latidos hasta hacerlos dolorosos. Y uno queda quieto, que se dijera que se acabó todo. Que se dijera que ya se acabaron las cuartillas. Que se vaciaron todos los tinteros. Que se malgastaron todas las plumas. Hay veces en que mis sienes se estrechan y no veo más allá de la última metáfora. Hay veces en que no escribo porque me duele. Y me quedó quieto, quieto escuchando el ritmo perezoso de la lluvia.   

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