Marchó la tarde. Se apagó el faro impenitente –ya más pobre
en amarillos-. Se borró el desfile de viandantes, de gorriones, de hojas secas,
de remolinos de minutos apresurados.
Puso su mano la noche sobre la iglesia alta, sobre la montaña
alta, sobre las tapias altas de los corralones donde el amor aún era joven.
Puso su mano la noche en el hueco de las alcantarillas y en el centro mismo de
la estrellas.
Ya canta la niña -ojos de selva- en su castillo de naipes
fluorescentes…
No hay comentarios:
Publicar un comentario