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EL LUNES Y CLORINDA




Se echa este lunes como un perro viejo. Como un lunar de otoño en la acera aún caliente –pasarán días antes de las lluvias y los vientos-. Voces vendedoras de jabones y aceitunas gorgotean junto al mercado –es final de mes y las bolsas no van llenas.

Entre todas las voces, una -gritona y burda-, hace agujeros en el techo de la mañana. Es la Clorinda, la otrora cantinera, una perdedora de sueños que amenaza con venderte la buena fortuna. Grita y grita. Ajena a los enfermos y a los que vivimos del silencio. Lleva romero en la mano y, las estampas de un santo inédito, le asoman por el escote hueco. La esquivan los mercaderes y la clientela, como a un animal con sarna. Huele mal. A aceite rancio. A orín. A malaje. Da trotes para cerrar el camino de los que pasan, de los que buscan pan para tres días… Salta y grita. Como bufona palaciega. Como una vasalla de Midas que todo lo convirtiera en desdicha…


Y yo escribo y escribo, ajeno a mi fortuna, sin saber si la Clorinda ha atado plomo en las alas de mis musas…

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