Al resguardo de este balcón
donde penan de olvido las begonias y se engruesan con las podas de mis versos
las larvas de miel y aire, acecho, sin decoro, el desvestir de la mañana en su
alcoba de doncella.
Al pie queda su vestidito
claro y su enagua de celajes, sus inversos regatos amarillos y su corsé laso de
tiernos azules. El sol, inmutable y recio, le unta ya del olor a tabernas y a
guisos de corralones, del olor a queso viejo y al del vino que fermenta en la
boca del mentiroso.
Los zapatitos del escaparate se
hacen sombras bajo el toldo que albor devora y, los maniquíes displicentes, sestean
a destiempo sin cerrar sus ojos de peces disecados. Hay un viento quieto, como
hecho de plomo, que comba las hojas de los naranjos agrios, y un reciente
gorgoteo de los pajarillos que se quejan del hambre inoportuna.
Ya no queda mañana en la
acera donde posé temprano mis ojos dormilones, y se me borraron del pecho los pueriles
tatuajes con los que jugué a la esperanza. Yo como tú, mañana clara, también
correré a esconderme bajo mi sol de candil y sombras, a bosquejar renglones y
silencios, a herir versos sin más destino ni medida que servir de pasto esta
noche a los amantes inflamados.
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