Ya sé que ha venido y, en el
colmo de mi vesania, hasta conozco como ha sido. Dicen que a la media noche la nacieron
duendes y ninfas, sirenas y tritones, ángeles y arcángeles. La dejaron a medio
vestir, con sus enaguas de seda y plata, bajo la cubierta inquieta de un día lluvioso
y turbio -¡demasiado turbio…! La dejaron entre las hormigas obedientes y los
batracios locos que ablandan su panza en los balcones huecos. La dejaron sobre
la espuma de los arroyos que las montañas desgastan y en los valles donde llora
el último árbol virgen.
Ya en mi calle, se han
vestido de largo los gorriones y, en algunas esquinas, han tallado pasquines
los enemigos de la luna. Hay quien fuerza una esperanza y quien abre el paraguas
harto de los versos que manchan las aceras. Hay quien mira al cielo, como si
jamás azul lo viese, y quien sólo se preocupa del barro de sus zapatos.
No seré yo el que corte los
tallos de las amapolas ni el que arañe los espejos que ahora pulirán las albas.
No seré yo quien equivoque a las abejas ni quien silencie los trinos de las aves
seducidas. Respetaré los almendros que amamantan los campos y la tibieza de los
lagos que empapan a la luna. Mas a vuestra comprensión imploro para vivir en mi
penumbra y para entender que el otoño es el tapiz de mi morada. Porque no perdono a una primavera que no haga crecer flores en la boca de los desheredados...
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