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EL INVENTARIO DE LA NADA



Me resulta curioso -si es que me pongo a curiosear. Las pocas cosas que he almacenado en estos años en que tomé la soledad a cielo abierto como soldado de trinchera. Y es que, apartando los libros, a los que me debo por destino y por querencia, no hay apenas cachivaches sobre ninguna superficie de esta morada que tomo y tengo como propia. ¿Plantas? Dos. Tres si cuento que, en un florero tubular, se alzan –en convenido infortunio- dos aquejados tallos de bambú. ¿La otra? Un poto sin grandes pretensiones trepadoras, corto de hojas y verde de color…

Sobre mi mesita de noche –una por eso de ser impar el durmiente- una lamparita achaparrada y luminosamente escasa –tanto así que agrava el cansancio de mi vista ya cansada por mor de las letras y los años. Sobre mi cama un colchón, sobre éste una sábana y –si la estación lo precisa- sobre la misma un edredón de éstos que describo como extrañas gallináceas –por eso de tener las plumas sólo en el interior… No hay sobre la cómoda fotografías de viajes exóticos –probablemente porque ya no hice ninguno- ni se reparten angelitos –en posturas de dudoso gusto- sobre las paredes de tan íntima guarida. Tengo, eso sí, junto a mi tálamo, la estampa de una Virgen a la que venero y que me acuna…

En la cocina se reparten espacio los elementos justos para quien anda peleado con el arte de las construcciones gastronómicas – ¡hasta falta un libro de recetas, la biblia primigenia en cualquier cocina que se precie!

Y al fin, tras lo poco descrito, el salón –cuanta solemnidad cruje con esta palabra. Un salón desnudo de decorados teatrales, mas poseedor de un rincón orgulloso y colmado donde me dedico –por escrito- a ser feliz o a lamentarme –según ande la querencia de las musas y el ánimo del espíritu…

Por si acaso quedó la duda ¿Cortinas? Una para cada habitación. Sin abolengos ni consistencias innecesarias. Casi brunas de color. Justas para ser celosas con mi intimidad y la de alguna visita que aparece de cuando en cuando y de cuanto en cuanto… Y a la que guardo una silla, un plato y un lugar en el lecho si la tarde y los besos han crecido lo suficiente…


Éste es el inventario de mi nada. Cuatro cosas para escasas necesidades… Pero eso sí, en este tiempo ya longo he coleccionado –con manía de peculiar Diógenes- unas figurillas por cientos y por miles. Imprescindibles para guarnecer la vida que me sostiene. El ejército tintado que defiende los renglones derechitos de esas prosaicas palabras que, casi por igual, me guardo y os entrego…

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