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LA MITAD DEL CAMINO




Vas un día y lo piensas –eso tiene de malo, a veces, pensar. Y uno va y se siente –también se puede sentar- a mitad del camino. Y mira hacía atrás y hasta se puede hacer balance de lo transitado –no es recomendable porque el pensamiento humano tiene por costumbre arrastrar lo bueno hacia los confines de la memoria y colocar lo malo en el escaparate de la misma. Y siguiendo el visionado, miras hacia delante y se presenta un boscoso retazo de vida que, a diferencia de lo vivido y, por más que nos pese, no es cuantificable –es tan sólo una probabilidad estadística si es que la salud es medianamente plausible. Ése es el lugar. Ésa es la mitad del camino. El lugar de la incertidumbre perfecta. Demasiado viejo para ser joven. Demasiado joven para ser viejo. Uno puede, a pesar de lo confuso sacar, sin embargo, conclusiones irrefutables. Jamás se volverá a tener un amor de quince años –y ello, por la curiosa razón de que jamás se va a poder repetir tan señalado aniversario. Jamás se volverá a sentir por primera vez el roce de unos labios a los que acompaña el cosquilleo adolescente que nace en la planta de los pies y llega hasta la coronilla sin haber perdido un ápice de su fuerza. Jamás se volverá a sentir, como un viaje hacia la infantil magia, el hechizo de un circo, o aquella primera película que nos hizo llorar –con muecas inaceptables para evitarlo. Y seguiría con lo jamases aún a costa de que este pensamiento quedase marcado por una excesiva pátina de nostalgia pesimista –cosa ésta que no suele estar bien considerada y, menos ahora, en que se llenan los muros imaginarios de las redes cibernéticas con esas frases lapidarias en las que comenzar siempre es posible. Y un carajo. Es posible, como mucho, seguir caminando tras un alto en el camino. Pero la salida, mas que nos pese, quedó lejos y aquí no vale eso de de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente ...




Así pues y, de cuanto se ha antedicho se colige: es la presunta mitad del camino. El lugar, itero, donde no existen prismáticos para otear que queda ahí delante. Pensemos – por qué no- que todo lo bueno que no completamos allá atrás. Pensemos que todavía escribiremos -en papel robado- un verso para entregarlo a un corazón recién parido. Pensemos que, a lo peor, hace tiempo que la mitad del camino quedó demasiado atrás para andarse ahora con zarandajas o que, a lo mejor, todo lo escrito que usted ha leído no es sino fruto de la imaginación cansina de una lánguida tarde de verano. Pensemos, pero no mucho …

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