Los domingos no es un buen día para escribir –decía aquel
poeta que devoraba sombras bajo los árboles. ¿Qué le ocurre a los domingos? –le
interrogaba su Sancho modoso mientras acababa de rumiar la oscura sospecha de
una hoja paripinnada. En los domingos las letras descansan - elucidaba. Como descansan los sueños.
Y las mareas. Y los eclipses. En los domingos descansa dios –y se quedaba tan
ancho ante la seducida mirada de su lazarillo.
Pero yo, contrariamente al poeta devorador de sombras, nunca
he tenido miedo a escribir en tan egregio día –cuya rojez estigma el calendario.
Y es que, si no escribiese un domingo, ¿cómo entonces iba a acordarme al siguiente
del color que he inventado para el iris de tus ojos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario