Si nos atenemos a la convicción más aceptada. Justo cuando
comienzo a escribir esto, quedarán cuarenta y siete minutos –según el reloj que
pende de mi pared más cercana y de cuya exactitud me permito dudar ligeramente- para que finaliza
el día. El que ha sido señalado como el trece de junio del dos mil trece.
Este inicio tan indolente y prosaico no tendría razón alguna
de no ser porque éste ha sido un día tan normal y tan anormal, tan feliz y tan
triste, tan anodino y divertido como puede haber sido cualquier otro de mis días
anteriores –tomando el azar como medio de elección para ello, pues siempre hay
perlas en el interior de algunas ostras. Pero, ¿que ocurrirá con aquéllos que están por
llegar? ¿Seguirán el mismo patrón de sus predecesores? ¿La misma plantilla que
parece ideada para toda una vida? ¿Qué me aguardará el destino simplemente
cuando las manecillas del reloj hayan avanzado apenas cuarenta y siete minutos? Imaginemos una llamada de teléfono. Una simple
llamada de éste que hemos hecho nuestro inseparable lazarillo. ¿Somos capaces
de llegar a comprender la cantidad de posibilidades que se podrían esconder
tras la misma? ¿Un nacimiento? ¿Una muerte? ¿Una sanación? ¿Una enfermedad? ¿Un
afortunado premio? ¿Un desafortunado castigo? ¿Un hola? ¿Un adiós?
Multipliquemos ahora el acto de la llamada y sus presuntos resultados por la
cantidad de actos que podrían ocurrir en esos cuarenta y siete minutos que
hemos tomado como casual referencia. ¿Una visita? –demasiado tarde dirían
algunos; demasiado pronto espetarían otros. ¿Una desafortunada caída? ¿Un brote
psicótico en nuestro vecino de arriba? ¿Un arrebato amoroso en nuestra vecina
de abajo? ¿Una erupción cutánea? ¿Una aparición mariana? La inopinada languidez
de mi cerebro me impide ahora poner más ejemplos que, de seguro, se me ocurrirán
cuando esto sea leído –mirad, ya he comenzado a hablar del futuro…
Sinceramente. No conozco bien el motivo de estas letras. Ni
si van dirigidas a alguien o únicamente me las dirijo a mí mismo. Yo andaba
contemplando la televisión cuando, de repente, he saltado a mi rincón de
escribir-aquellas-cosas-que-no-debo-de-dejar-para-otro-momento. Y aquí. Bajo la
luz sutil de mi lamparita de época –pura imitación- he comenzado esta cándida diatriba.
¿Será sólo un salto cuantitativo de mi conocida vesania o, por el contrario, es
una forma de terminar el día de aquella manera en que no pensaba hacerlo? Haremos
una cosa –permítaseme el plural mayestático para tan personal perorata-
esperemos a que concluyan indefectiblemente los cuarenta y siete minutos de lo
que hablamos al inicio. Será un nuevo día –no es lo mismo que un nuevo
amanecer. Un nuevo día que vendrá con sus minutos a cuestas. Uno tras otro -como una hilera de hormigas. Pero
un nuevo día que traerá todas las posibilidades imaginables de aquello que nos puede suceder… Buenas noches y feliz destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario